miércoles, 21 de junio de 2017

LA HERMOSURA DEL INSTANTE


David Trueba, en la presentación de su libro “Tierra de Campos”, en la Feria del Libro de Valladolid, contó una historia que me pareció preciosa -también a él-: Iba un buen día por la calle y de frente vio a la mujer que bien podría ser la mujer de su vida, por su talle, su compostura, su belleza, su buen aire. Estuvo a punto de decirle algo, pero no se atrevió y se quedó mirando cómo se alejaba para no volver a verla más. Aunque aquello no llegó a nada, Trueba lo valoró como uno de los momentos que dan esplendor a la vida, como tantos otros que pasan con excesiva rapidez por nuestros ojos.
Deberíamos llevar una libreta en el bolsillo, no me canso de recomendarlo, para apuntar todos los momentos estelares, aunque nos parezcan nimios, o aprovechar la fiebre del sábado noche de los móviles para anotarlo en ellos, y tendríamos un museo en el que pasar el resto de los días reviviendo, recreando, volviendo sobre aquello que realmente es esencial, que da sentido y vigor al cotidiano deambular de acá para allá. Con solo el recuerdo del sabor y olor del té y unas magdalenas Marcel Proust escribió siete volúmenes, que conforman una de las novelas más famosas e importantes del siglo XX. Como esa flor que luce brillante en un barranco que nunca nadie verá, pero que tiene toda su razón de ser, ser parte importante y significativa del cosmos del que todos formamos parte. De los miles de millones de árboles solo hay uno que nos esperaba desde todos los tiempos para que lo hiciéramos nuestro, lo miráramos como se contempla a un ser querido, le diéramos calor con la mirada al tiempo que recibíamos su calor que había sido nuestro, y que nos hiciéramos las eternas preguntas que siempre se han hecho los humanos: ¿De dónde? ¿Hacia dónde? ¿Cómo será el final de todo? ¿Quién conduce este tren si es que tiene que haber alguien que lo conduzca?
Pasa a tu lado, como la mujer que vio David Trueba por la calle, y tampoco ha lugar a una sola palabra, pero en la retina de tus ojos se quedó habitando unos instantes, tanta era su belleza, su aire desenvuelto, su rostro relajado, su mirada inquieta y penetrante, que hubieras querido hacer morada para siempre con ella. Y fue un instante, pero bellísimo. Como única es la salida al recreo de los niños y niñas de 4, 5 y 6 años, corriendo y peleándose sin agresividad, como saben hacerlo todos los cachorros, incansables, juguetones, chillones, espectáculo único que brilla con luz propia más que el sol del mediodía. Instantes fugaces, seres que están en medio de la plaza para ser contemplados o en el lugar más remoto que nadie vio ni verá, pero que forman parte y cuerpo de este áspero mundo, en palabras del poeta Ángel González, y tierno y hermosísimo, a la vez.

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