jueves, 3 de noviembre de 2016

¿QUÉ SERÍAMOS SIN CIUDADANOS EJEMPLARES?


¡Qué grave es simplificar y mirar en otra dirección a la verdadera y cuán peligrosos son el poder, la fama, alardear de títulos y perifuelles y creerse mucho más que los demás a quienes se los mira, con cierto descaro, por encima del hombro!
Esta misma mañana, en una larga y tediosa reunión que, para despistar, no diré ni dónde ni con quién, alguien, queriendo rebatir los argumentos de los otros, sacaba a relucir, sin venir a cuento -¡qué pena y qué argumentos tan mostrencos!- su experiencia de 25 años, en la alta dirección de un departamento de prestigio, acompañándolo con algún que otro máster como complemento a tan vasta preparación y sabiduría, y algunos nos mirábamos asombrados, no sin ironía, y pensando para los adentros: ¿de dónde se ha caído este pollo refrito y qué quiere demostrar con toda esa fanfarria de títulos y abultado curriculum?
No sé por qué -o sí- pensaba en todo ello mientras iba leyendo un largo artículo de Vargas Llosa, titulado “El ciudadano rabioso” que termina con estas falsas perlas que me hicieron saltar del asiento:
“Creo que hay un error gravísimo en creer que el progreso consiste en combatir la riqueza. No, el enemigo con el que hay que acabar es la pobreza, y también, por supuesto, la riqueza mal habida. La interconexión del mundo gracias a la lenta disolución de las fronteras es una buena cosa para todos, y en especial para los pobres. Si ella continúa, y no se aparta de la buena vía, quizás lleguemos a un mundo en el que ya no será necesario que haya ciudadanos rabiosos a fin de que mejoren las cosas”.
Yo creo, más bien, que error gravísimo está en dar la espalda a la desigualdad social y no combatir ni la riqueza ni la pobreza. Hay pobres porque hay inmensamente ricos, quienes en la tarta que corresponde a todos se llevan la mayor parte, casi nunca con buenas artes. Porque, mi querido Vargas Llosa, ¿cómo se acaba la pobreza si no es disminuyendo la enorme riqueza de algunos y distribuyéndola mejor? Menos mal que de pasada advierte también que hay que acabar con “la riqueza mal habida”, menos mal. Parece mentira que con esa inteligencia privilegiada para escribir novelas caiga en la tentación de esperar, así, sin más, por arte de birlibirloque o puro azar, a que lleguemos a un mundo feliz y justo sin la lucha permanente de esos que Vd. llama, sin piedad y cierto aire de sarcasmo, “ciudadanos rabiosos”, usando un término acuñado por el periodista y ensayista Jocken Bittner, cuando escribe que sin esos ciudadanos rabiosos “no hubiera habido progreso, ni seguridad social, ni empleos pagados con justicia y estaríamos todavía en el tiempo de las satrapías medievales y la esclavitud”. Que algunos, a lo largo de la larga historia, hayan cometido atrocidades y caído en contradicciones gravísimas no disminuye en nada la fuerza de la verdad de los primeros, dignos de toda admiración por su lucha y envidiable ejemplo de vida.
Y desde luego no hacía falta que el famoso escrito acudiera a los lugares comunes y manidos de Venezuela y otros acontecimientos latinoamericanos. En la viña del Señor hay de todo, pero no es justo ni sabio mezclar la churras con las merinas. Y pretender querer salir airoso metido en aguas nada limpias de ideologías al uso y que mejor sería que estuvieran en desuso. No se debe olvidar la ferocidad del neoliberalismo que como dice Angus Deaton, premio Nobel de Economía, 2015: “Las crisis están creadas para beneficiar a los ricos”. Así de crudo.

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