jueves, 17 de noviembre de 2016

EL RINCÓN DE PENSAR


El rincón de pensar. ¡Qué tristeza de castigo para la víctima y qué pereza del verdugo, por muy padre y muy señor mío que sea su autor!
El pensar, uno de los actos más excelsos de los humanos, convertido, por arte de un mal hacer ejercido fruto de la comodidad y el autoritarismo, en un almacén turbio de rencores, malos recuerdos y un largo sinsentido. Convertido en castigo. El resultado es claro: lo dirían todos los niños si al finalizar el castigo les preguntamos en lo que pensaron. Todos, sin excepción, dirían: En nada, en que se acabara el castigo.
“La silla de pensar es la silla del resentimiento y la confusión. Es una técnica punitiva, se trata de una expulsión o aislamiento del niño sin dotarle de ningún tipo de herramienta para que aprenda a gestionar el conflicto. Un niño no sabe pensar si no es guiado y acompañado con un adulto y desde luego, nadie puede pensar inundado de ira o de frustración”, vienen a decir los psicólogos, expertos en el tema. ¿Está claro? Lo que necesita el niño, si ha hecho algo mal, no es dejarle abandonado a su suerte, sino que es el momento más imperioso para acompañarlo y darle las herramientas que le permitan salir del error, la confusión, el traspié.
Menos mal que la biología y el tiempo saben olvidar y sacar fuerzas enmendando lo torcido. Pero lo que fueron sombras, sombras fueron, noche pudiendo haber sido día espléndido en el crecimiento sano y fuerte de cada cual y por mucho que tratemos de no llorar por la leche derramada, porque ya es inútil, el mal es mal, como los castigos, castigos. Y siempre quedan en nuestras carnes endebles las huellas de nuestros errores que no quedaron definitivamente saneados y los castigos torpes que utilizaron sin tino, por no hablar de la vara de mimbre que tenían aquellos maestros de nuestra niñez que, aunque muchos de ellos sabios, para nada en el uso de la vara y castigos similares, y no digamos las correas que veía con temblor en las cocinas de las casas de algunos amigos míos.
Dicen los expertos que “aislar e ignorar física y afectivamente a un niño no educa. Y que por el contrario, contenerle, ayudarle a calmarse (respiración, frasco de la calma, un cojín preferido, un abrazo si se deja, unas cuantas carreras…), para después guiarle hacia una reflexión sobre lo ocurrido y tratar conjuntamente de encontrar una mejor manera de hacer las cosas, sí educa”.
No es la expulsión del paraíso la solución que tomó el escritor bíblico, sino acompañar en su marcha a los primeros padres en sus responsabilidades, tareas y compromisos, pero nunca estar esperando para que a la primera de cambio: zas, la expulsión inmisericorde a ellos y a sus descendientes. No son formas, como tampoco la de arrasar a Sodoma y Gomorra con fuego, e igualmente enviar un diluvio porque aquellas gentes no se comportaban. ¡Qué horror! Pues de ahí venimos.

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