lunes, 2 de mayo de 2016

VOLVER COMO EN EL VIEJO TANGO




Siempre estamos volviendo como en el tango. De nuevo en casa, después de un largo fin de semana en La Coruña. Cumplía años Alba y había que estar allí, y como se unió Inés, desde Madrid, la estancia fue perfecta y preciosa, con viento fresquito, yo decía, helador, y se reían de mí, serán los años que no perdonan y, aun cuando el corazón siga caliente las manos enseguida se quedan frías, aunque esto es de herencia. Ya que estamos en familia lo digamos todo.
Subimos hasta el faro-torre de Hércules y el azul del mar competía en belleza con el azul del cielo más tenue, más grisáceo, menos profundo. Unos días con las hijas limita con el paraíso, cuando te dan el último beso y las buenas noches y esperas la mañana para que se repita el mismo rito. A lo largo del día las risas mezcladas con las confidencias y no pocas complicidades, el disfrute del paseo dejándote llevar del brazo tomando conciencia de que vas ligero como el viento y llevado como una pluma, mientras te cuentan sus penas y glorias en el trabajo.
 
 
El día del cumple invita Alba, que quiere tirar la casa y los ahorros por la ventana, y uno se deja querer, y nos susurra una preciosidad: “da igual, al fin todo sale de la misma bolsa”; al día siguiente debo pagar yo porque si me descuido regreso con la pasta que metí en la cartera, lo que me parece feo, y comimos zamburiñas, ricas-ricas; pescados que olían a mar, de frescos; un Rioja -equilibrado, complejo en taninos y con sabor a frutos del bosque- como dicen los sumilleres que se las dan, aunque a mí me sabía a buen vino y ya es suficiente; y buenos postres para los golosos de la casa, tras el café, hacemos una excepción y nos fumamos en comandita un cigarrillo que se saborea como en los mejores tiempos. Enfrente, y al lado de nuestra mesa, un matrimonio con dos niños de tres y cinco años, esos tendrían. Durante media comida, el tiempo que me percaté de su presencia, hombre y mujer no se dirigían ni la mirada ni la palabra. Ella miraba sin mirar con la mirada perdida, con cierto aire de profunda tristeza cuando no atendía al móvil y esto con indiferencia. Él atendía a los niños y el mayor jugaba al escondite detrás haciendo guiños al pequeño para que no le delatara. Una estampa familiar que me dio pena por la pena infinita que mostraba la mujer.
Muy agradable La Coruña, como sus alrededores que pateamos, diríase como toda Galicia con ese encanto particular tan envidiable. Y haga frío, llueva o luzca el sol y el cielo quiera competir con el mar, se disfruta de todas estas cosas que se nos dan gratis, infinitamente más que las que nos cuestan el ojo de una cara.
Y de nuevo en casa, saboreando en el recuerdo tan cercano los dulces momentos de una estancia con quienes tan a gusto se está, que cuando las cosas van, y van naturalmente, es un regalo de la vida maravilloso. Dedicados ya de lleno a la cotidianidad de las horas y los días y escribiendo estas cosas, saboreándolas por lo que hay entre líneas como en las mejores historias.

Nota no tan al margen: Tómese esta croniquilla como una licencia casi poética por hablar del yo y mis alrededores más cercanos e íntimos.

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