jueves, 2 de julio de 2015

AY, SI DEJAS DE ENTRENAR UN SOLO DÍA



Hace diez días, 10, que no escribo ni una letra, y eso no está bien. De ser ciclista profesional tendría los músculos agarrotados, las piernas entumecidas y me costaría coger el ritmo acostumbrado. Si fuera pintor las manos tardarían en obedecer y no saldría el cuadro con la frescura apetecida. Y así sucesivamente..., puedes pensar todos los oficios que se te antojen. A mí ya me bastan para llevar el agua a mi cauce. Como desde los últimos años, cada dos o tres días, soy fiel a la cita y me saco de la manga algún escrito, en su mayoría artículos, no pasaba antes, porque podían pasarse meses sin pasar de las musas al papel en blanco, aquí me tienes, con el temor de que además de los dedos, nada ágiles para el teclado, las neuronas, encargadas de acelerar las palabras, se encuentren bloqueadas, poco ágiles y nada obedientes, como las manos ociosas del pintor, y lo que me costaba poco más de media hora, necesite más de dos tardes enteras. Y me digo al oído lo que persistentemente aconsejo a mis alumnos del taller de escritura creativa cuando intentan, a la de ya, con espacios larguísimos sin escribir nada, sacar escritos que merezcan el aplaudo de la clase, y no suele suceder. Sin la soledad del corredor de fondo, sin el esfuerzo de escribir, tachar y volver a empezar, sin la pasión de concentrarse como si le fuera a uno la vida y sin algunos otros principios básicos, que tardan en salir por el óxido del tiempo paralizado, no salen las cosas como cuando el viento está a tu favor.
Y hay para dar y tomar: Los reportajes dominicales que te acercan figuras tan emblemáticas como Jane Goodall, que de tanto estudiar las costumbres y los comportamientos de los chimpancés ha llegado muy al fondo de conocerse a sí misma y a los humanos, con mucha soledad y aislamiento, no poco esfuerzo de empezar cada mañana a la tarea, tantas veces ingrata, y una dosis ejemplar de pasión y entrega.
La visita a Nantes para ver a una de nuestras hijas que se debate entre la aventura de buscarse la vida, dominar el idioma y aprender de gente estupenda con que se va encontrando y no apostar nada con algún impresentable que se obstina en serlo, con lo poco que cuesta ir por la vida de educado, haciendo favores y dando las gracias con todos cuantos te ayudan de una o de otra forma a enderezar los pasos, pero se ve que en todos los lugares cuecen habas.
Las tomateras del huerto que comienzan a echar las primeras flores y esperas con impaciencia los primeros frutos, como las judías verdes que contemplas entusiasmado cómo van trepando en perfecta alineación.
La situación griega a punto de infarto sin que los sabios y expertísimos inexpertos, que gestionan la cosa pública, se aclaren y den con una solución inmediata, porque haberlas haylas, sin necesidad de ir a Salamanca a hacer el grado, digo yo, que entiendo más bien poco.
El libro póstumo que habría que leer de Jorge Semprún para aborrecer la mayor de la bestialidad humana, la tortura, y reconciliarse con lo más grande del ser humano: su capacidad de resistencia y de amor a los otros.
Ver el primer día a los vecinos que vas a tener durante el verano en la calle y en la cafetería de la urbanización a la hora del vermut, entablando las primeras conversaciones y compartiendo los mismos deseos de buena vecindad.
Leer una historia conmovedora: Por la mañana, al salir de casa, como si nada hubiera pasado, se encontraron el cadáver del sirviente, recién muerto. Había estado en el bosque todo el día y la noche se le echó encima. Llegó muy tarde y por no molestar se quedó cobijado en un rincón de la puerta. No soportó la dura helada que había llegado aquella noche a los 18º grados bajo cero. No volvieron a cerrar las puertas, ni de la granja ni de la casa, desde entonces y ya ha pasado de aquello 11 largos años.
Y más y más..., fuentes de inspiración, todas ellas, a poco que les prestes interés, pasión, te adentres en tu yo más profundo y no dejes de entrenar ni un solo día.

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