viernes, 13 de marzo de 2015

DISTINTAS FORMAS DE MIRAR EL AGUA, de Julio Llamazares


La memoria es como un río que fluye mansamente por los entresijos del recuerdo y en la pluma de un buen escritor puede convertirse en una magnífica novela, como es el caso, y quienes seguimos y admiramos a Julio Llamazares estamos de enhorabuena. La novela es un coro de voces bajo la batuta del escritor que sabe como nadie el tema porque lo sufrió en sus propias carnes y es el libro que le estaba esperando desde que comenzara a escribir.
16 voces que van recordando parte de su vida en torno al patriarca de la saga, quien tuvo que salir huyendo al destierro con los suyos, desde las altas tierras del norte de León a la llanura de la Tierra de Campos de Palencia. Desde un paisaje de montes y colinas, bosques y prados y rodeados de altas montañas a una laguna desecada de Tierra de Campos con el solo sol de testigo y tener que aclimatarse a los nuevos vientos, la sequía como norma y los nuevos cultivos ajenos a sus saberes y sus costumbres heredadas desde siempre. Y lo hacen llevando sus cenizas, para cumplir su deseo, y lanzarlas al pantano del Porma donde duermen como fantasmas los restos de todos los pueblos del valle que quedaran sumergidos bajo sus aguas. Como una procesión silenciosa, solo abierta al silencio y la memoria de quien fue admirado y querido por todos y de un lugar que fue para algunos de ellos sus primeras raíces. Los demás volvieron a ver el pantano tanto cuando rebosaba de agua como cuando estaba totalmente vacío y solo se veía el fango y los restos de las casas. Él, nunca, eran demasiados los recuerdos, entre los que destaca el hijo mayor que murió de muy niño y allí yace enterrado bajo una gran losa de cemento. “Domingo, dirá su mujer, nunca volvió a hablar del pueblo, como tampoco lo hizo de Valentín, el pobre hijo que se murió tan pronto. Domingo prefería olvidarse del pasado y para eso lo mejor, pensaba, era no nombrarlo. Yo al contrario, mientras más hacía por olvidar, más recordaba y me dolía el recuerdo”. Y les va dando voz, desde su voz, pero con la habilidad de meterse en la piel y entretelas de los personajes y devolvernos su personalidad, sus recuerdos, sus vivencias, altamente entrañables y a flor de piel en la primera generación y más lejanos en la segunda y tercera y yernos y nueras, más distantes, aunque alguno de ellos no sólo desde el gran respeto que se merecía sino desde la amistad ganada con el tiempo.
Hay un cruce muy rico e interesante de las distintas generaciones, el nivel cultural, la visión del mundo rural y del mundo urbano desde las experiencias de cada cual, así alguna de sus nietas evoca a su abuelo con el toque culto y literario de Ulises: “Para mí el abuelo fue eso toda la vida: un Ulises campesino y provinciano cuyo sueño era volver al sitio en el que nació por más que nadie lo esperara en él”. O la hija mayor, Teresa, tenía 16 años cuando salieron, que conserva la imagen de su padre cerrando con llave la casa y guardándola en el bolsillo como hacían algunos judíos españoles, que también tuvieron que ir al exilio, conservando las llaves de sus casas en España por si algún dúa les permitían volver.
Puro Llamazares, que nos regala un endecasílabo de título: Distintas formas de mirar el agua. Relato coral a 16 voces bajo la dirección del director de orquesta dando lugar a múltiples reflexiones que se quedan en lo hondo del lector: sobre una familia que sufre el destierro, se llevan en un camión animales y enseres para comenzar una vida nueva en otras tierras tan diametralmente diferentes, cómo les va marcando a todos esa fuga obligada, una mirada original de muchas miradas nacidas de la memoria de quien vivió y sufrió situación similar, “me baso en lo vivido, oído y aprendido a lo largo de toda mi vida” nos dirá el escritor, y nos devuelve esas múltiples formas de mirar el agua, los sentimientos de desarraigo y el exilio forzoso y definitivo, de estos personajes y de quienes, quién no, han sufrido algún tipo de exilio y desarraigo, aunque lo que importa, nos dirá Llamazares, es regresar como Ulises a Ítaca. Todos tenemos nuestra Ítaca.
No he terminado de leerla, porque cuando me engancha y me gusta un libro voy escribiendo, a la par que leo, mi croniquilla...
Ahora, sí, añadir solo que se lee de un tirón, cosa que no me gusta, porque necesito degustar, paladear y dejar reposar, que emociona en muchos momentos, con el tono poético que siempre sabe dar Llamazares a su prosa que se agradece y que no te arrepentirás de leerla porque es una joya literaria. A la altura de sus mejores novelas anteriores como La lluvia amarilla y Las Lágrimas de San Lorenzo. “Novela conmovedora, intensa y madura”, ha dicho de ella el crítico literario, José Carlos Mainer. Pues eso mismo digo yo: y original.

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