Así son muchos animales. Así fueron mis dos perras: Linka y Luna. Si alguien tuviera que hacer un monumento a la ternura yo le recomendaría que se estuviera largos ratos contemplando esta fotografía. Sacaría ideas. Captaría sentimientos y emociones que no se encuentran tan fácilmente en espacios agrios como los que nos toca a veces vivir y escuchar, verbigracia, en tertulias televisivas propias del cuaternario que en lugar de poner argumentos sobre la mesa sacan insultos para el que piensa de otra forma.
El recuerdo de Linka y Luna me trae lo mejor de ellas. No estaban nunca
más a gusto que pegadas a mi piel, a mi lado, y cuando después de
algunos días de ausencia llegaba a casa el recibimiento era apoteósico,
¡qué fiesta y qué alegría más desbordada!, sacaban la voz que no tenían
desde los intestinos y forzaban el aullido entre lastimero, fiel y
regañón, como diciendo, ¿por qué no has estado aquí? Distinguían a la
perfección entre una hora, una tarde entera y dos o tres días de
ausencia. Para cada espacio un lamento diferente y una alegría leve (de
simple meneo de rabo) o desbordada.
¡Increíble!
¡Increíble!
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