A la sombra de los mejores LXVIII
“Me senté otra vez a la puerta de mi casa”.
Pessoa
Me siento a la puerta de mi casa, no para ver pasar a mi enemigo, sino
contemplar la vida en su parsimonioso deambular y dejarla penetrar como
lluvia mansa que refresca y cala por fuera y por dentro..., y van
pasando quienes más quiero y a quienes voy invitando, a cada cual
conforme a sus gustos, vicios, genialidades o deseos ocultos; toman
café y se fuman un cigarro en compañía, quienes como yo fuman a
escondidas o a cuentagotas o se pasan de la raya, cuando no se pasan
nunca, excepto a solas y en pequeña y cálida amistad; otros se apuntan a
una cerveza, mientras vamos dando cuerda y repasamos lugares comunes,
opiniones compartidas, lecturas de quienes nos hacen vibrar, pensar,
debatir y hasta ser mejores; la vida se pone cuesta arriba cuando la
hipoteca estrangula la economía familiar y la enfermedad de algún
familiar da cauce abierto a la angustia y no nos permite obviarlo a cada
paso en una conversación larga y tendida; llevan prisa y no aceptan
sentarse, pero al final, las palabras se van enhebrando unas tras otras
hasta formar un ovillo voluminoso y entrañable de cuitas que necesitaban
salir a la luz serena y al aire amigo; hacía mucho tiempo, y parece que
fue ayer, pero los días pasan y también los años, por lo que no hay más
remedio que acudir a la nostalgia, a los recuerdos más inolvidables, al
qué bien te veo y, al despedirnos, el deseo de que nunca vuelva a
suceder dejar tanto tiempo entre medias, habiendo tanto de qué hablar,
compañero del alma compañero, que decía Miguel Hernández, y tantas y
tantas cosas que comentar y degustar; alguien va perdido, busca una
dirección que ya no existe y, acaso, agradece la pérdida, porque en la
conversación espontánea se ha encontrado un poco más a sí mismo ya que
en el fondo no quería más que alguien le escuchara y mirara
detenidamente y sin prisa a los ojos y al fondo de sus adentros. La vida
es así, sale al encuentro cuando menos te lo esperas y ni siquiera
cuando ni la buscas; pasa el encargado del mantenimiento de la
urbanización y uno que está harto de chapuzas esperaba como agua en mayo
a que alguien entendido en fugas revisara una de ellas en una boca de
riego; nada como ser experto, en un santiamén la avería arreglada, y
como no quiso cobrarme nada, me aceptó una botella de vino, que al final
agradeció, aunque quedó claro que dar las gracias me pertenecía
especialmente a mí; se acomodan, no tienen prisa y se agradece se veras
que te regalen tiempo y tiempo y puedan disfrutar y valorar el último
postre que esperaba a la cena con tu mujer o a solas y que el adelanto
no ha podido caer mejor y tan bien compartido; iba silbando una canción
preciosa que reconocí enseguida, me puse a hacer el dúo y la melodía
sonaba estupendamente bien sin que él, qué pena, lo advirtiera, le
esperaré otro día a la puerta, se acercó pausadamente y comenzó a
contarme sus batallitas, no me dio tiempo a comentarle nada de las
mías, porque él sólo quería que alguien le escuchara y lo entendí, para
qué atiborrarle más con otras historias; pasó fugaz con su bici
pedaleando y sus quince años a cuestas y tras el adiós sonoro y
sonriente me marché veloz con él a lomos de la fantasía con el niño que
monta en bici conmigo y canta boleros que me apasionan...
Entro en
casa y me llevo dentro la multitud de encuentros fecundos por haber
tenido la idea feliz de sentarme otra vez a la puerta de mi casa.
Nota de deuda: Le debo esta página a Pessoa, porque entre sus poemas
encontré este verso: “me senté otra vez a la puerta de mi casa”, me
gustó tanto y me abrió tantas ventanas que me puse a alargar por mi
cuenta y riesgo lo que pasaría si yo también me sentaba a la puerta de
mi casa... y todo eso pasó.
jueves, 21 de agosto de 2014
ME SIENTO A LA PUERTA DE MI CASA
Publicado por ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ en 9:02
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