jueves, 21 de agosto de 2014

ME SIENTO A LA PUERTA DE MI CASA


A la sombra de los mejores LXVIII


“Me senté otra vez a la puerta de mi casa”.
Pessoa 


Me siento a la puerta de mi casa, no para ver pasar a mi enemigo, sino contemplar la vida en su parsimonioso deambular y dejarla penetrar como lluvia mansa que refresca y cala por fuera y por dentro..., y van pasando quienes más quiero y a quienes voy invitando, a cada cual conforme a sus gustos, vicios, genialidades o deseos ocultos; toman café y se fuman un cigarro en compañía, quienes como yo fuman a escondidas o a cuentagotas o se pasan de la raya, cuando no se pasan nunca, excepto a solas y en pequeña y cálida amistad; otros se apuntan a una cerveza, mientras vamos dando cuerda y repasamos lugares comunes, opiniones compartidas, lecturas de quienes nos hacen vibrar, pensar, debatir y hasta ser mejores; la vida se pone cuesta arriba cuando la hipoteca estrangula la economía familiar y la enfermedad de algún familiar da cauce abierto a la angustia y no nos permite obviarlo a cada paso en una conversación larga y tendida; llevan prisa y no aceptan sentarse, pero al final, las palabras se van enhebrando unas tras otras hasta formar un ovillo voluminoso y entrañable de cuitas que necesitaban salir a la luz serena y al aire amigo; hacía mucho tiempo, y parece que fue ayer, pero los días pasan y también los años, por lo que no hay más remedio que acudir a la nostalgia, a los recuerdos más inolvidables, al qué bien te veo y, al despedirnos, el deseo de que nunca vuelva a suceder dejar tanto tiempo entre medias, habiendo tanto de qué hablar, compañero del alma compañero, que decía Miguel Hernández, y tantas y tantas cosas que comentar y degustar; alguien va perdido, busca una dirección que ya no existe y, acaso, agradece la pérdida, porque en la conversación espontánea se ha encontrado un poco más a sí mismo ya que en el fondo no quería más que alguien le escuchara y mirara detenidamente y sin prisa a los ojos y al fondo de sus adentros. La vida es así, sale al encuentro cuando menos te lo esperas y ni siquiera cuando ni la buscas; pasa el encargado del mantenimiento de la urbanización y uno que está harto de chapuzas esperaba como agua en mayo a que alguien entendido en fugas revisara una de ellas en una boca de riego; nada como ser experto, en un santiamén la avería arreglada, y como no quiso cobrarme nada, me aceptó una botella de vino, que al final agradeció, aunque quedó claro que dar las gracias me pertenecía especialmente a mí; se acomodan, no tienen prisa y se agradece se veras que te regalen tiempo y tiempo y puedan disfrutar y valorar el último postre que esperaba a la cena con tu mujer o a solas y que el adelanto no ha podido caer mejor y tan bien compartido; iba silbando una canción preciosa que reconocí enseguida, me puse a hacer el dúo y la melodía sonaba estupendamente bien sin que él, qué pena, lo advirtiera, le esperaré otro día a la puerta, se acercó pausadamente y comenzó a contarme sus batallitas, no me dio tiempo a comentarle nada de las mías, porque él sólo quería que alguien le escuchara y lo entendí, para qué atiborrarle más con otras historias; pasó fugaz con su bici pedaleando y sus quince años a cuestas y tras el adiós sonoro y sonriente me marché veloz con él a lomos de la fantasía con el niño que monta en bici conmigo y canta boleros que me apasionan...


Entro en casa y me llevo dentro la multitud de encuentros fecundos por haber tenido la idea feliz de sentarme otra vez a la puerta de mi casa.

Nota de deuda: Le debo esta página a Pessoa, porque entre sus poemas encontré este verso: “me senté otra vez a la puerta de mi casa”, me gustó tanto y me abrió tantas ventanas que me puse a alargar por mi cuenta y riesgo lo que pasaría si yo también me sentaba a la puerta de mi casa... y todo eso pasó.

No hay comentarios: