domingo, 13 de abril de 2014

LECCIONES Y ANTILECCIONES DE INFANCIA XXXIV

“No se debe maltratar, ni siquiera a un animal, de esa forma tan salvaje”.
Don Julián Zurro, mi primer maestro

Época de palo y tentetieso: afortunadamente, en mi casa, jamás se utilizó el castigo físico, ni siquiera el simple y leve cachete o sopla-mocos, pero las correas en las casas de algunos amigos estaban visiblemente colocadas y a la orden del día, como la vara de avellano o de mimbre que usaba el maestro para dar leña a discreción en las tiernas nalgas infantiles.
En aquella infancia de la década de los cuarenta y los cincuenta del siglo pasado, hay dos escenas de crueldad máxima que aún recorren mi piel y hacen temblar mi alma:

1

El solo anuncio entre lección y lección, ya de mañana, nos puso más contentos que unas castañuelas. “Esta tarde nos vamos de excursión a la pradera de la ermita”, nos dijo el maestro.
Había poco más de un kilómetro, pero la distancia también es relativa, y un kilómetro, a los ocho años, no deja de ser una distancia kilométrica. Jugamos como siempre, corrimos como potros salvajes por los prados, nos tendíamos sobre la hierba en lo más alto de la pradera y rodábamos, pendiente abajo, como rodillos sin control. Ganaba quien llegara antes al llano.
Al volver por otro camino diferente, presenciamos una de las escenas más violentas que jamás haya visto en mi larga vida. Atada a la rueda del carro, un hombre, debía de ser quincallero de los que iban y venían por los pueblos, le daba, en la cabeza, una paliza tan bestial, y sangraba con tanta abundancia, que me hizo recordar la matanza de los cerdos. El maestro nos dijo que aligeráramos el paso y que no miráramos hacia atrás, pero yo miré, como la esposa de Lot, y pude ver a una mujer temblando y a un niño que lloraba con mucha fuerza.
Al acostarme no hacía más que dar vueltas en la cama, aunque al final me dormí pensando en lo que nos dijo don Julián, el maestro, al llegar a la escuela: No se debe maltratar, ni siquiera a un animal, de esa forma tan salvaje.

2

La siguiente escena no es menos cruel, lleva una anti-lección que nunca debí recibir, y que también se quedó grabada para siempre, porque en lugar de la cabeza de una mula eran las cabezas de dos compañeros de Seminario y el autor era uno de nuestros superiores, un teólogo, a punto de ordenarse sacerdote, y que formaba equipo docente con la dirección del Seminario. Su fiereza y pérdida de compostura no era menos que la del quincallero, porque se cebó, primero, con un chicarrón de quince años, que parecía que tenía veinte, simplemente porque le había contestado con una actitud no acorde con su sensibilidad de músico y organista, que debía de cogérsela con un papel de fumar y luego, con su propio hermano, un chiquito, que estudiaba primero de latín y humanidades, doce años, y todo su delito consistía en no haber sacado las notas que su hermano mayor y energúmeno, por violento, esperaba de él.
Tristes tigres en tiempos de sequía, miseria sistémica y violencia

Nota no tan al margen: He dicho antilección y lo fue, pero el silencio de toda la clase entre el miedo, la rabia y la repulsa significaban una lección que no se me ha olvidado.

“Todo lo que somos viene de lo que fuimos y son los primeros años
los que nos forman o nos deforman como personas”. Freud

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