“El paraíso está aquí al lado”, Cees Nooteboom
¿Quién no hablaría horas y horas hasta cansar y, si de escribir se
trata, no llenaría páginas y páginas hasta llenar una biblioteca,
narrando y describiendo todos los paraísos, aun en el triste y
lamentable caso de que haya tenido también muy cerca muchos infiernos, o
los esté viviendo en la actualidad?
Hagamos recuento
rápido: no, no nos acordamos, ni somos conscientes, pero en los
territorios más recónditos de la memoria sin memoria, más allá acaso del
subconsciente, nos encontramos nadando en el mejor de los mundos,
unidos al más inimaginable y entrañable cordón que nadie jamás pudo
intuir ni imaginar. Y todo ello durante nueve meses. Fue el paraíso
primero.
Y poder escuchar la primera palabra, ta-ta, probablemente,
que más bien era un sonido borroso que hizo las delicias de padres,
abuelas y vecinas del lugar.
Y notar que la tierra te impulsaba a
correr y dar saltos como si fueras un potrillo alegre y juguetón. Y la
primera vuelta en bici por la plaza y las calles del pueblo, después de
algunas tardes de aprendizaje rápido y gozoso, en pleno dominio del
equilibrio.
O verla pasar, muchas tardes, bellísima amazona en un
caballo pura sangre, en años lejanos de seminario, sequía y
adolescencia. Era la película esperada, y qué peliculón, aunque
tuviéramos que ir después cada semana a confesar nuestros impuros-
purísimos pensamientos al confesor de turno.
O saborear el primer
helado, vale también la primera raja de sandía, sin importar que toda
la cara se viera inundada de un pringue dulzón tan rico que se quedaría
ya para siempre en los rincones de la memoria y los sentidos.
O,
dejando atrás los primeros días inseguros de la escuela, recibir del
maestro una palmada de reconocimiento, lo que te subió para siempre la
autoestima y saber que podías caminar con pie firme pos los vericuetos
del saber.
Y recibir mil besos de tu madre y escuchar alguna de las
palabras más sabias que jamás ni antes ni después hayas oído, venidas de
tu padre. Y hacer las tareas de la casa y de la escuela porque les
gustaba, más que a ti, a ellos. O ver fumar a tu padre tras la ventana y
limpiarte los mocos con su pañuelo, que él solo utilizaba y, a veces,
para secarse el sudor.
Y tener en tus manos el primer cuaderno en el
que navegar, trasegar, traer y llevar, decorar a tu aire con los
primeros garabatos y escribir los primeros dictados que quedaron para
siempre agazapados como valores que no te han abandonado.
O, para ir
terminando y dejarte espacio y aire, recorrer la lista, mucho más
importante que las de los reyes godos, de los amigos de entonces y de
los de ahora mismo, que nos han dejado trozos del edén, cuando el lobo
hacía buenas migas con el cordero, los ríos llevaban leche y miel, pero
sobre todo agua pura, potable y cristalina y cada noche sonaban
canciones bellas para dormir a pierna suelta con una conciencia blanca
como la nieve más blanca.
O este mirar por la ventana y quedarte
ensimismado viendo llover en estos primeros días de otoño, sin pensar en
nada, después de un verano propio del desierto.
Y... O...
Acertó el escritor holandés al decir:
“El paraíso está aquí al lado”.
¿No es emocionante?
viernes, 22 de noviembre de 2013
A LA SOMBRA DE LOS MEJORES XV
Publicado por ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ en 10:35
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