viernes, 22 de noviembre de 2013

A LA SOMBRA DE LOS MEJORES XV


“El paraíso está aquí al lado”, Cees Nooteboom

¿Quién no hablaría horas y horas hasta cansar y, si de escribir se trata, no llenaría páginas y páginas hasta llenar una biblioteca, narrando y describiendo todos los paraísos, aun en el triste y lamentable caso de que haya tenido también muy cerca muchos infiernos, o los esté viviendo en la actualidad?
Hagamos recuento rápido: no, no nos acordamos, ni somos conscientes, pero en los territorios más recónditos de la memoria sin memoria, más allá acaso del subconsciente, nos encontramos nadando en el mejor de los mundos, unidos al más inimaginable y entrañable cordón que nadie jamás pudo intuir ni imaginar. Y todo ello durante nueve meses. Fue el paraíso primero.
Y poder escuchar la primera palabra, ta-ta, probablemente, que más bien era un sonido borroso que hizo las delicias de padres, abuelas y vecinas del lugar.
Y notar que la tierra te impulsaba a correr y dar saltos como si fueras un potrillo alegre y juguetón. Y la primera vuelta en bici por la plaza y las calles del pueblo, después de algunas tardes de aprendizaje rápido y gozoso, en pleno dominio del equilibrio.
O verla pasar, muchas tardes, bellísima amazona en un caballo pura sangre, en años lejanos de seminario, sequía y adolescencia. Era la película esperada, y qué peliculón, aunque tuviéramos que ir después cada semana a confesar nuestros impuros- purísimos pensamientos al confesor de turno.
O saborear el primer helado, vale también la primera raja de sandía, sin importar que toda la cara se viera inundada de un pringue dulzón tan rico que se quedaría ya para siempre en los rincones de la memoria y los sentidos.
O, dejando atrás los primeros días inseguros de la escuela, recibir del maestro una palmada de reconocimiento, lo que te subió para siempre la autoestima y saber que podías caminar con pie firme pos los vericuetos del saber.
Y recibir mil besos de tu madre y escuchar alguna de las palabras más sabias que jamás ni antes ni después hayas oído, venidas de tu padre. Y hacer las tareas de la casa y de la escuela porque les gustaba, más que a ti, a ellos. O ver fumar a tu padre tras la ventana y limpiarte los mocos con su pañuelo, que él solo utilizaba y, a veces, para secarse el sudor.
Y tener en tus manos el primer cuaderno en el que navegar, trasegar, traer y llevar, decorar a tu aire con los primeros garabatos y escribir los primeros dictados que quedaron para siempre agazapados como valores que no te han abandonado.
O, para ir terminando y dejarte espacio y aire, recorrer la lista, mucho más importante que las de los reyes godos, de los amigos de entonces y de los de ahora mismo, que nos han dejado trozos del edén, cuando el lobo hacía buenas migas con el cordero, los ríos llevaban leche y miel, pero sobre todo agua pura, potable y cristalina y cada noche sonaban canciones bellas para dormir a pierna suelta con una conciencia blanca como la nieve más blanca.
O este mirar por la ventana y quedarte ensimismado viendo llover en estos primeros días de otoño, sin pensar en nada, después de un verano propio del desierto.
Y... O...
Acertó el escritor holandés al decir:
“El paraíso está aquí al lado”.
¿No es emocionante?

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