CARILDA OLIVER – UN
MANANTIAL DONDE BEBER AGUA BELLA
(A mis amigas
-y a mis amigos, lógicamente- amantes de la
buena poesía)
Cuando conoces
a un escritor y te sacude por dentro es como descubrir un manantial de agua
cristalina de alta montaña. Me ha pasado, me lo regaló un viejo amigo de curre
y aventuras culturales, que ahora tiene un cargo importante en la
administración provincial e, ignorante de mí, como no conocía de nada ni el
libro que me regalara ni a su autora, no le di ninguna importancia ni le puse
demasiado interés, hasta que me dio por acercarme, curioso, a este rico
manantial y fui descubriendo a una enorme poeta de allende los mares, cubana,
de Matanzas, para más señas, y nacida en 1922, y vive, lo que me ha ido llenando
de mayor satisfacción a medida de ir bebiendo en sus fuentes que, a buen
seguro, seguirá manando su manantial creador.
Hablamos de Carilda Oliver, poetisa, abogada,
profesora de dibujo, pintura y escultura, con una obra poética vastísima, y de
su antología poética Todos los días, publicado por la
Diputación de Valladolid – Fundación Jorge Guillén, ¿te sonaba?, pues ignorante
de ti, porque estamos ante una escritora-poeta de las que pasan a la historia
de la literatura en letras de molde. Y viene escribiendo y publicando, nada
menos, que desde 1949, qué vergüenza, ¿verdad? Y muchos de nosotros sin
habernos asomado a ese prodigio de mujer. ¡Qué vida!
Mientras
escribo estoy escuchando Las Variaciones Goldberg de Juan Sebastián Bach y
es como si nunca las hubiéramos escuchado. ¡Cuántos despistes y tamaña
ignorancia!
Cualquier
soneto suyo, al azar, valdría para ver que no exagero, porque satisfaría al más
exquisito y avezado en los rigores y perfección de la métrica y el ritmo sin
olvidar el contenido, ya digo un manantial que no se da en quien solo versifica,
masacra sonetos y lanza ripios a diestro y siniestro.
Quiero
detenerme, a modo de ejemplo, en un poema de verso libre titulado “Cuando
papá...”, recreación, retrato, acomodo a la sombra del padre, con el
cuidado y respeto de una hija que sigue las últimas huellas de quien se va
acercando deslumbrada y conmovida por la pérdida de la memoria, a su progenitor,
quieto ya y sin voz y sin memoria.
Cuando
papá tenía más de setenta años
y el
verbo le lindaba con la tierra
me
dijo que era pobre sin los nietos
y se
nos fue su sombra.
Cuatro versos
clavados, cincelados mejor, el primero para situarnos, aunque no pasaría nada,
¿qué son setenta años? pero ya a continuación nos da la primera pincelada con
lo que nos vamos a encontrar y además añade que se les ha ido la sombra que,
sin añadir nada, el lector puede alargar: sombra protectora, cobijo, remanso en
días de fuego y sol de verano, sin olvidar el verso que nos define a un padre y
un abuelo que es pobre sin los hijos y los nietos.
Llegaron
luego cartas
(nunca
olvidó mi cumpleaños)
mensajes
para
cuidarme el alma.
Pero
entre letra y letra
había
un mundo
de
reconocibles telarañas
o eso
que siempre traba los teléfonos
porque
tiene el tamaño de una lágrima.
Ya lo he dicho,
un padre, pobre sin hijos y nietos, que nunca olvidaba los cumpleaños, pero
como quien no quiere la cosa, no hace falta decir más, ya se advierte en sus
cartas un mundo de telarañas, ay la memoria, ay los primeros olvidos, y esos
dos versos increíblemente bellos: eso que
siempre traba los teléfonos / porque tiene el tamaño de una lágrima, ya
que no es posible hablar de corrido, cuando ves que tu padre se tambalea, no
atina, se pierde entre la niebla y las lágrimas aparecen.
Y es entonces
cuando como en un tobogán enloquecido adviertes la tragedia, porque ya no es
posible hilvanar una conversación mínimamente correcta, pero indagas para saber
a fondo su estado:
Papá
–le pregunté-,
¿cómo
está tu mal de Parkinson?
Y
contestó:
La
niña se ha graduado en High School.
Papá -le pregunté-, ¿te ha gustado la nieve?
Y
contestó:
Al
fin varón.
Papá
-le pregunté-, ¿puedes vivir sin la
yagruma?, (hembra)
y ya
no contestó.
No hay duda de
que estamos ante un diálogo, aparentemente banal, y nada más cierto, porque las
preguntas están maravillosamente encadenadas hacia los intereses sobre los que
cualquier ser humano podría hablar largo y tendido, y ya no contestó.
Retrocede en el
tiempo buscando las huellas de su
memoria, el retrato del que fue siempre un perfecto caballero y en lo últimos
nota que se encogía como un beso de amor. Acertada comparación como
tantas de esta poeta experta en temas eróticos.
En
los retratos noté que se encogía
como
un beso de amor.
Y yo
acordándome
de la
última vez cuando le vi
con
aquel traje tan oscuro,
aunque
menos negro
que
su adiós.
Pasaba
el tiempo
-el
tiempo que no cabe en el reloj-;
naturalmente,
porque el tiempo es memoria y recuerdo y emociones y sentimientos y
experiencias y amor por todos los costados y mucha ternura vivida a lo largo y
ancho del ciclo vital, que no encajan ni caben ni se ajustan en el tiempo con
medida...
Pasaba el tiempo
-el tiempo que no cabe en el reloj-;
las
cartas eran pocas,
cayó
de los teléfonos su voz.
Al
fin se fue quedado quieto.
Entonces
dijo solamente: Cuba,
y me a visaron que murió.
Prestad
atención a esa caída de su voz de los teléfonos personificados. No se puede
decir ni mejor ni más bellamente la suspensión de toda comunicación: cayó de
los teléfonos su voz.
Y curiosamente,
sus últimas palabras, fueron lo que para él había sido todo: su país, su
patria, su tierra, sus raíces, los suyos y él mismo.
Está claro que
hay que volver y volver, como en el viejo tango, para saborear y deleitarse en
las cotas tan altas que alcanza un poema cuando está así de bien escrito. No,
no se puede pisar la buena poesía, pasar hoja y lanzarse a toda prisa, como si
de un tebeo se tratara, es un delito de lesa majestad, porque nos hallamos ante
una tremenda gran historia, contada en
versos que son, todos y cada uno de ellos, latigazos de luz y emociones que
pasan por la mente y se quedan clavados en el alma.
Y ya puestos no
habría que perderse los poemas: Devuelta al tomeguín, Mi abuela española, La
cita rota, La cita I y II, Cuento, Yo iría con usted a un hotel pobre o
el fantástico soneto No me canso, mi amor, ya de quererte, todo un guiño al famoso
soneto anónimo, terminando de la misma forma: lo mismo que te quiero te
quisiera, de una hechura, me atrevería a decir, no menos perfecta. Todo
un festín, como suele decir una buena amiga mía y un poco vuestra.
CARILDA OLIVER LABRA
2 comentarios:
Leí esta tú entrada una vez y me dije: no tengo nada que añadir. Volví a leerlo una vez más y me di cuenta que algo quería decir, pero ¿qué? Por fin supe que había algo que nunca sabrías si yo no te lo digo: es posible, incluso es muy probable, que sea esta la entrada que más veces he vuelto a leer. ¿Por qué será?
Un abrazo
Señal de que estamos ante una poeta extraordinaria, que resiste una y mil lecturas. Me alegra, amigo Pastor, de que te haya gustado. ¡Canela fina, que dirían en mi pueblo, y no sé si en Camporredondo también!
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