Los científicos dicen que estamos hechos de átomos y los poetas y
narradores, tal y como les ha contado un pajarito, que estamos hechos de
historias, como nos recuerda Eduardo Galdeano.
Y uno piensa que será más científico lo primero, no voy a enmendar la
plana y llevarles la contraria nada menos que a los sabios de muchas y
profundísimas materias, pero, a estas alturas de la vida y la película de cada
cual, incluida la mía, me quedo con el cuento del pajarito, me quedo con mi
biografía y la tuya, mis historias y las nuestras que, bien enhebradas, darían
para una espléndida novela o interesante biografía. Lo han dicho otros, a
quienes considero maestros, antes que yo y solo sigo su magisterio y me adhiero
a su escuela.
Suelo usar, en mi taller de
escritura creativa, la frase de la
escritora Susana Fortes que dice que “las
palabras que de verdad cuentan nunca son
más que unas cuantas y a través de ellas uno podría explicar su vida” y
hasta me atrevo a poner sobre la mesa, a modo de ejemplo, mis cuatro o cinco
palabras con las que explicaría gran parte de mi vida: caballo, bicicleta, padre,
maestro, amores prohibidos, primeros versos...
Sí, es cierto, toda mi
niñez, como la tuya, gira en torno a unas cuantas palabras, más bien pocas,
capaces de generar una película, un libro, una biografía. Es nuestro sustrato,
la tierra firme o movediza que constituye la base de todo lo que vendrá
después. Cuatro o cinco palabras, nada más, que generarán, a su vez, otras
palabras, historias encadenadas, discursos paralelos, toda una biografía que
emerge con la fuerza de una torrentera, uniendo el pasado, que sigue vivo en la
memoria, con el presente y todo cuanto se cuece en su entorno y el futuro al
alcance de las manos y los sueños.
Palabras, palabras,
palabras… nada más que muletas, pero nada menos, para andar
por los espacios por los que hemos deambulado, componer así retazos de nuestra
vida y profundizar en el propio yo y sus alrededores. Es el comienzo de la
vida, el nacimiento de todo río y sus afluentes, que continuarán ensanchando su
horizonte con nuevas aguas, nuevas palabras, que irán aflorando en cada
vivencia, recuerdo y ensoñación, partes de un todo, que en la manos de un
artista pueden llegar a componer toda una sinfonía armónica, un magnífico
relato o deshacerse en mil pedazos: el río convertido en lodo, como consecuencia
de un cambio climático adverso y la vida en más o menos desastre por las
inclemencias de cada uno y su
circunstancia. ¿Quién sabe?
Somos autores de nuestra
vida, aunque ésta también puede ser escrita, descifrada y expuesta al aire de
la calle; autores de nuestra biografía (poema, cuento, novela, ensayo…),
no tanto para ser admirada como para que alguien encuentre en ella calor y
cobijo o se anime a escribir, descifrar y exponer la suya.
Ya ves, cuatro palabras,
nada más, y si te pones llenas páginas y páginas de tu propia película, de
tu biografía a secas.
Y así, como sin querer
queriendo, fueron saliendo treinta pequeños capítulos de la biografía de mi
infancia que he llamado Aires de infancia
en Tierra de Campos y sin querer queriendo van saliendo en el taller
dignísimos relatos de todos y cada uno de sus componentes.
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