miércoles, 29 de agosto de 2012

LEYENDO A JOSÉ HIERRO


¡Qué diferencia más abismal entre la mirada del poeta y las de los que no lo somos, aunque no se pueda sostener que en cada cual no haya potencialmente un alma de poeta! Algunos nos conformamos con llegar a ser alumnos aventajados, y no es poco.

Imagínate la escena: paseas por una ciudad desconocida y te paras, como muchos otros turistas, a contemplar una escultura de la época romana. Sostienes la mirada brevemente, haces una foto a lo sumo y sigues la ruta turística que te han marcado. Eso es todo. El poeta, en este caso, José Hierro, se adentra en los intersticios de la piedra y deja volar la imaginación, ha hecho falta ese instante luminoso y etéreo, que siempre viene de lo  alto, o de lo profundo, vete a saber.

Mujer de un funcionario romano, es el primer verso, regalado al poeta por las musas,  ahí está la inspiración: un  saber detenerse, un mirar con atención y delectación, es decir, contemplar con cierto entusiasmo, y ponerse a trabajar, labor de entomólogo, como dirá el propio poeta, aunque en lugar de insectos con los que jugar, estudiar, seleccionar, no sean insectos sino palabras, ideas, recursos poéticos... juegos mágicos con mucho duende que saben dar a las palabras diferente voz y otros significados nuevos. Es decir: trabajo, esfuerzo y tesón.

Será en esa labor de orfebre, también, donde irá apareciendo en la estatua mutilada una vida apasionante de soles distintos que han ido dorando y madurando su piel. La imaginación irá dando noticia de su cabeza inexistente, cortada por algún bárbaro o simplemente por las inclemencias del tiempo airado y la mano que corrió igual suerte, una y otra carne tibia, vestidura de alma. Y ya no se puede detener la labor frenética del poeta, porque hay que llegar hasta el origen. ¿Sería una matrona romana al uso y costumbres de los tiempos del imperio deseosos de guerra y muerte o ese rostro impasible revelaría otra verdad? Sea lo que fuere esos ojos que no son ojos ni siquiera de piedra en su día lejano enamorarían a algún legionario soñador, tal vez triste. (A la orilla del mar ocurriría aquel amor.)

A la orilla del mar, documenta el poeta y transcribe las palabras de la estatua que ya no lo es, sino la joven que posó ante el escultor: «Ráptame, llévame contigo, da a mi vida  /  sentido y esperanza, olvido y horizonte,  /  dale vida a mi vida». El resto hasta el que esté más lejos del quehacer poético sabe lo que viene: indiferencia fingida, quiero y  no quiero y me muero por querer... primeros besos  temblorosos, abrazos apasionados... y tras la despedida y las lágrimas el broche dorado de la poesía: Te hizo un collar de lágrimas  /  el que bebió tus lágrimas.

Aunque el poeta parece que se va por las ramas, no es verdad, porque pisa tierra, y más cuando estamos ante un poeta de voz, más que social, testimonial y existencial, nos deja el dato histórico geográfico que le da el tono al que nos tiene acostumbrados este inmenso poeta: (Esto debió de suceder en la Imperial Tarraco.)

Y de nuevo los temas predilectos de José Hierro: el paso del tiempo, el ser y la nada y las preguntas tremendas y pertinentes: ¿A dónde se ha ido lo que fue vida y ni siquiera el arte convertido en piedra jamás podrá albergar un soplo de vida? Porque: “Cómo puede morir lo que fue vida.  /  Quién puede asesinar la vida.  /  Quién puede congelar en estatua una vida”.

Para continuar interpelando a la vida y al arte entre la duda y la niebla del pensamiento y seguir escarbando inútilmente, indagando en las entretelas de las cosas misteriosas de este mundo “con el afán de un perro hambriento”. Lúcido, José Hierro, y por serlo, sin respuestas fáciles, dogmáticas, adobadas de certezas y verdades inmutables. Lúcido e inspirado a la altura de los grandes y los mejores y dejando siempre la puerta abierta para que el lector siga creando.

Nota: Será mejor que te metas a solas con el poema Estatua mutilada, que encontrarás en cualquier libro del poeta o en Google, y te dejes deslumbrar de tanta belleza. De igual forma te aconsejo a que leas de este poeta: Los andaluces. Requiem. El pasaporte. Lope, la noche, Marta. Alucinación. Vida. Canción de cuna para dormir a un preso... y tantos otros poemas suyos excepcionales.


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