domingo, 25 de octubre de 2009

EJERCER DE AMIGO, EJERCER DE PADRE

A tan alto ha llegado el nivel de las aguas en el abandono del ejercicio de la autoridad y de la paternidad que se ha levantado todo un estado de alarma para detener los abusos cometidos y la dejación de los elementales deberes como el de decir NO a tiempo. Y en este estado de alarma ya a nadie se le ocurre decir que ejercer de padre es prácticamente lo mismo que ejercer de amigo y mucho menos alardear de que somos los mejores amigos de nuestros hijos, porque nos damos cuenta de que no tenemos ningún derecho a ocupar el territorio que no nos pertenece, ni siquiera en sueños, como decía el poeta Khalil Gibran.
La amistad es una cosa, y la paternidad otra muy diferente. Demos a cada cual lo suyo porque le pertenece como sus señas de identidad más queridas. Los límites, las normas, las reglas de juego deben estar bien delimitadas y perfectamente claras. Y de igual forma deberíamos delimitar con escrupulosidad las exigencias fundamentales de una verdadera amistad, porque cuando el amigo está al borde del precipicio ser buen amigo no es empujarle o animarle a que se arroje con la excusa de ir al encuentro de extrañas sensaciones; y cuando ha tomado demasiadas copas, porque ya no se tiene de pie, no es de recibo seguir con el juego del más y más hasta que reviente; porque entre amigos tiene sentido acompañarnos en el entusiasmo, la autoestima, la valoración enardecida, pero también la corrección a tiempo, no darnos la razón como a los tontos y cuando hay que decir con energía NO decirlo sin ambages.
Con lo hermoso que significa ser amigo y ser padre y madre sería formidable y hermoso que no se confundieran los términos y tras los pasos penosamente andados en los últimos tiempos rehagamos nuevos caminos y disfrutemos y saboreemos esas dos realidades espléndidas que nos brinda la vida: la amistad y el compañerismo por un lado y el ejercicio de la paternidad como uno de los derechos y deberes más imprescindibles para el sano crecimiento de los hijos. Siempre se nos ha dicho que la mejor herencia que podemos dejar a nuestros hijos es la educación y ésta simplificando mucho consiste en decir sí, motivar, animar, valorar cada paso, cada éxito y todo esfuerzo, pero también en saber decir no cuando tantas veces haya ocasión de ello, y más cuando tantas actitudes, malos hábitos y costumbres de salen de madre.

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