lunes, 2 de febrero de 2009

LA SINRAZÓN DE ROUCO VARELA




Pena me dan los ateos y los agnósticos, en general, porque hay quien pretende que no dispongan de ningún espacio de libertad, en cuyo caso parece que no tienen derecho a hablar, a manifestar su opinión, sus ideas, a pesar de que en la mayoría de los casos lo hacen con sumo respeto y con cierto humor, como el del anuncio de los autobuses: “Probablemente dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”.
Aunque Rouco y los suyos me dan pena también, aunque en otro sentido, y me siguen escandalizando cada vez que abren la boca, casi siempre para condenar, casi siempre, bajo la capa de su intransigencia más retrógrada, y en lugar de anunciar la buena nueva como creo que debería ser su misión, se deleitan en condenar los avances de la medicina y de la ciencia, el uso de los preservativos, la educación para la ciudadanía, arremeten contra todo lo concerniente al sexo, al paso que miran para otro lado cuando entre sus filas abundan los pederastas, defienden a golpe de manifestación a la familia, que según ellos está en peligro y un largo etcétera que esta más cerca del campo del César que de los dominios de Dios.
Y así dice que afirmar la inexistencia de Dios “es objetivamente una blasfemia y una ofensa a los que creen”, y que “el empleo de los espacios públicos no deben ser empleados para publicitar mensajes que ofenden las convicciones religiosas de muchos ciudadanos”. Item más: “No vamos a callar cuando se atenta contra la verdad de Dios y se trata de arrancar la fe del corazón de los hombres”?
Y uno que defiende el sentido común y un espíritu laico, abierto y tolerante de la vida, como tantos y tantos teólogos, por otra parte, y filósofos y pensadores de toda índole y condición, no puede por menos de preguntarse: ¿cómo puede ser blasfemia manifestar, con todos los respetos, lo que uno piensa, aunque lo que piensa sea dudar de la existencia de Dios, de sus ministros y de sus prédicas? ¿Por qué los creyentes pueden manifestar sus creencias en público, llenar las calles y las plazas durante muchos días del año, todos los años, de símbolos religiosos todos los espacios posibles, también en los autobuses, y los ateos y agnósticos no pueden decir lo que piensan y sí aguantar el chaparrón de quien les considera blasfemos e individuos que atacan la moral, las sanas costumbres e intentan nada menos que “arrancar la fe del corazón de los hombres”?
Personalmente nunca haría una manifestación pública ni protagonizaría algo similar a los anuncios de los autobuses, ni sosteniendo que Dios existe, ni tampoco que probablemente no exista, pero respetaré a quién manifiesta su fe en alto siempre que no moleste a los vecinos, como a quien se atreva en este mundo saturado de dioses y creencias a decir abiertamente que no cree en ningún dios, en ninguna iglesia y en ninguna vida más allá de ésta que vivimos y conocemos.
Amigo Rouco, atempérese, si es que puede, ábrase al espíritu del evangelio y al mundo, póngase las pilas de la modernidad y atisbe los signos de los tiempos a ejemplo de aquel Papa ejemplar y modélico que fue Juan XXIII e intentó dar un vuelco a los usos y costumbres de una Iglesia anquilosada y poco acorde con el evangelio de Jesús de Nazaret.






























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