sábado, 25 de octubre de 2008

EL ESPESOR DEL TIEMPO DE LA MADURTZ




Casi nunca la prisa fue buena aliada para las cosas importantes de la vida que requieren reposo, reflexión ponderada, tiempo al tiempo, moderación y serenidad, pero tampoco las pausas: dejar al tiempo para la solución de nuestros problemas y conflictos, dejar hacer – dejar pasar, porque la lentitud de los bueyes en tiempos de agobios y de urgencias no es la mejor de las recomendaciones para un largo viaje.

A los que se ven arrastrados por la compulsión de la prisa y la aceleración, convendría decirles que no por mucho madrugar amanece más temprano, ni por mucho correr se llega mejor y a todas partes, pero también a los que predican la meditación trascendental como la panacea a nuestro tiempo y la desaceleración la mejor de las respuestas a toda crisis, convendría amonestarles que cuando ruge el huracán y se lleva todo por delante, no es tiempo de contemplar la luna y las estrellas, porque urge dar marcha al reloj de la acción, la solidaridad y de las cosas y las casas bien hechas.

El profesor de filosofía, Daniel Innerarity, ha escrito recientemente que las soluciones más emancipadoras no proceden ni de la desaceleración ni de la huida hacia delante, sino del combate contra la falsa movilidad. Propone el filósofo la lentitud compensatoria como estrategia razonable, pero afirma asimismo que la llamada a desacelerar, como principio general, es poco realista y aboga al mismo tiempo por un ritmo ambivalente: ni luchar contra el tiempo ni desentenderse de él, sino “reintroducir el espesor del tiempo de la maduración, de la reflexión y de la mediación”.

Toda una sabia propuesta de actitud integradora: reintroducir el espesor del tiempo de la maduración, en donde ya no mandan tanto los deseos compulsivos de poseerlo todo, ambicionarlo todo, gozar de lo divino, lo humano y lo pluscuamperfecto; aprovechando al máximo los valores de la madurez, cercana a la plenitud: tiempo de equilibrio, saboreando las cosas con parsimonia, frugalidad y sensatez, valorando cada paso en cada etapa vivida, sin añoranzas ni escapismos hacia futuros irreales, fomentando los valores de la mediación: el mayor de los santos peca cien veces y en el peor de los mortales puede apuntar un lado bondadoso (no recuerdo la película: el criminal acababa de cometer un asesinato y antes de huir, al ver al pequeño animalillo sin agua, le llenó el recipiente, todo un gesto de humanidad); ni yo tengo toda la razón ni tú no tienes ninguna, y aprender a vivir con lo poco, lo mucho y lo demasiado, colocando a la austeridad, difícil en un mundo consumista hasta el hartazgo, en un pedestal, y más en tiempos de crisis y revueltas en bancos, empresas y gobiernos. Y la reflexión ponderada y meticulosa para acercarnos a la verdad, desde la bondad, la humildad y reconociendo en los otros todo cuanto los otros tienen y han sido capaces de realizar.

Un discurso para contárselo al oído a todos los jóvenes actuales, pero a condición de escucharles a ellos sus sabios discursos, que los tienen, desde la pasión y el deseo de comerse el mundo.

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