domingo, 4 de noviembre de 2007

Cuando sonríes el mundo entero sonríe contigo

La importancia de los espejos neuronales en la inteligencia social


En muchas de mis charlas, aunque intento no repetirme, utilizo algunas muletillas, frases hechas, anécdotas, algunas citas… ¿quién no?, que le dan un tono y un buen toque al discurso, y en verdad resulta difícil desembarazarse totalmente de ellas.
Una es, creo que de cosecha propia: no tenemos derecho a salir a la calle con la cara avinagrada, porque lo único que conseguimos, además de hacernos la vida desagradable, es avinagrar el paisaje a lo que no tenemos derecho.
Otra, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que Gracias a la vida está considerada como una de las mejores canciones, sino la mejor, del siglo XX, suelo invitar a decir o mejor cantar alguna estrofa de Gracias a la vida que me ha dado tanto, muchos días, al levantarnos de la cama, y que qué menos.

En el fondo se une al pensamiento actual que habla de la importancia de generar buenos sentimientos, comenzar el día mejor con una sonrisa que con cara de perro, como dar los buenos días a vecinos, compañeros y demás familia, intentando transmitir la mejor de las energías positivas. La última de las teorías trata de los espejos neuronales, tomada del libro de Daniel Goleman, Inteligencia social, que estoy leyendo y subrayando, y volveré más de una vez sobre él. Estas neuronas espejos tienen la función de reproducir las acciones que observamos en los demás y en imitarlos. Siempre lo hemos intuido y siempre se ha dicho, los ejemplos arrastran y mueven montañas. Y es en estas neuronas, según este autor, donde se asienta el mecanismo cerebral que explica el viejo dicho: “Cuando sonríes, el mundo entero sonríe contigo”, o como dice cierto proverbio tibetano: “La mitad de tu sonrisa es para ti y la otra mitad para el mundo”.
Cita este ensayista a su vez a un importante investigador y psicólogo americano, Daniel Stern, que trabaja en la Universidad de Ginebra y que remata este pensamiento:
“Nuestro sistema nervioso, dice Stern, está construido para ser registrado por el sistema nervioso de los demás y sentir lo que sienten como si estuviéramos dentro de su piel… Ya no podemos seguir considerando nuestra mente como algo independiente, separado y aislado, sino que debemos entenderla como algo “permeable” y que se halla en continua interacción con otras mentes y uniéndonos a ellas con una especie de vínculo invisible. Estamos continuamente sumidos en un diálogo inconsciente con las personas con las que nos relacionamos sintonizando nuestros sentimientos con los suyos”.
Por ello el ensimismamiento, lo que yo digo, cuando digo, que nos miramos excesivamente al ombligo, se considerará como la mayor de las dificultades para establecer la empatía y experimentar la compasión (que como decía ya hace un siglo Charles Darwin han sido una herramienta de supervivencia) y desde ellas entablar unas relaciones intensas que mejoran la convivencia entre los humanos.
Y acudiendo a la psicología actual nos encontramos con el significado profundo y los sentidos diferentes del concepto de empatía: conocer los sentimientos del otro, sentir lo que está sintiendo y responder compasivamente a los problemas que le aquejan.
Nos recuerda este ensayista actual, que se hiciera superfamoso con el libro Inteligencia emocional, una frase del filósofo del siglo XVII Thomas Hobbes: “La vida en estado natural -en ausencia de todo gobierno fuerte-, es sucia, cruel y corta”, y una anécdota: Hobbes, a pesar de esta visión dura, tenía un lado blando y, un buen día en que paseaba por las calles de Londres, pasó junto a un hombre viejo y enfermo y, conmovido, le dio una generosa limosna. Cuando el amigo que le acompañaba le preguntó si le hubiera hecho el mismo caso de no existir un principio religioso o filosófico que hablase de ayudar a los necesitados, Hobbes replicó afirmativamente. Y añadió, algo importante y significativo, que la mera contemplación de la miseria humana le llevaba a experimentar en su interior el mismo sufrimiento, de modo que al dar limosa no sólo contribuía a aliviar un poco el sufrimiento de quien la recibía, sino que asimismo resultaba liberador para la persona que la daba. Es lo que mucho antes había dicho el sabio chino Mencio, en el siglo III a. de C.: “La mente del ser humano no puede soportar el sufrimiento de sus semejantes”.
Y la neurociencia actual corrobora estos pensamientos, añadiendo nuevos datos: cuando vemos que alguien está en apuros, comenta Daniel Goleman, reverberan, en nuestro cerebro, circuitos similares, en una especie de resonancia empática neuronal que constituye el preludio de la compasión. Lo que le lleva a concluir que nuestro cerebro está predispuesto hacia la bondad. Ahora bien, estos investigadores encuentran en la vida moderna, dominada por las últimas tecnologías, véanse el correo electrónico, el ordenador, el móvil, el i-pod…, grandes distancias para el mantenimiento de unas relaciones interpersonales beneficiosas, haciendo imposible la empatía, sin la cual el altruismo no es posible, porque nos llevan con exceso al ensimismamiento y al aislamiento.
Todo un mundo interesantísimo el que se abre, y brinda a nuestro conocimiento, a través de esta nueva ciencia: la inteligencia social, que se ha puesto en marcha y a ella habrá que acudir en los próximos años para entendernos, comprender mejor nuestras relaciones con los demás e intentar mejorarlas así como el entorno social en el que nos movemos y estamos.

¿No te apetece comentar, por ejemplo, ese viejo y precioso dicho:
“Cuando sonríes, el mundo entero sonríe contigo”?

4 comentarios:

Xoán González dijo...

Me ha encatado husmear entre tus escritos... se respira algo "angelical"... voy a tener que crearme un blog para mis reflexiones a no ser que no te importe, querido amigo, que las cuelgue -como el cuco- en tu nido. Se me ocurre contar que hace cien años vivió en Londres un hombre llamado Francis Galton (1822-1911). Era primo de Darwin y una de las personas más inteligentes de su época (ya en su infancia se le consideró un niño prodigio). Por ejemplo, estableció las bases de la ciencia moderna de la herencia y, durante el transcurso de sus investigaciones, descubrió, entre otras cosas, que cada hombre posee, en la punta de sus dedos, un patrón exclusivo e inconfundible: había inventado, sin quererlo, el método de las huellas digitales que hoy conforman el arsenal convencional de la policía. Galton también trató problemas psicológicos cuando la psicología clínica se hallaba todavía en sus inicios. Así cierto día realizó el siguiente experimento: Antes de comenzar su habitual paseo matutino por las calles de Londres, se autosugestionó firmemente repitiéndose a sí mismo: “Soy el hombre más odiado de Londres”. Después de haberse concentrado durante algunos minutos sobre esta idea comenzó su paseo tal y como lo hacía todos los días. Pero algo había cambiado porque, de hecho, ocurrió lo siguiente: algunos transeúntes le insultaban o se apartaban de él con gesto de disgusto; un estibador del puerto le golpeó con el codo, de forma tal que se cayó. Incluso los animales parecían haberse asociado a esta animadversión: al pasar junto a un caballo, éste se encabritó propinándole una coz y Galton volvió a caer. Comenzó a reunirse entonces la gente para ver qué había ocurrido que acababa por adoptar la actitud del caballo por lo que, a la vista de lo cual, Galtón huyó a refugiarse a su apartamento.

Escribiré mi blog... siento haberme excedido...

JPB dijo...

Es cierto que las personas que nos regalan su alegría, que cada mañana, atadecer o noche nos dan su sonrisa, son gente que reparten bienestar, nos gusta quererlas y que nos quieran, y también tenerlas cerca y cercanas, que nos es lo mismo, digo yo.
Germán Payo, que es un hombre que enseña a reirse de uno mismo y con los demás, dice que cada mañana al mirarnos en el espejo lo primero que tendriamos que hacer es reir, sonreir,mover nuestros músculos. No importa no tener ganas, hay que forzarlo.

Anónimo dijo...

Que gusto da leerte tito, y sí, que gusto da ver una sonrisa a cualquier hora del día, sea donde sea le infunde a uno alegría y ganas también de sonreir y ¿por que no? de vivir, pues la vida es alegría...

Anónimo dijo...

Yo tampoco tengo blog. Por eso voy a hacer como Xoán González: acogerme al de este amigo. Ya sabemos que algunas aves acogen en sus nidos pájaros de diferente plumaje y de diferente pico.
Sólo quiero comentar que estoy leyendo un libro algo triste pero muy instructivo. Se titula "Martes con mi viejo profesor" y lo ha escrito un periodista llamado Mitch Albom. Te enseña a morirte.
Me lo ha enviado esta semana mi amiga Roser desde Lleida. "Nos quedan todavía muchas conversaciones," le he dicho....
También tengo aquí esperando "el abrecartas " de Molina Foix.
Voy a tomar un té con limón y a asomarme a la ventana.
Muchas gracias por este nido y abrazos a tod@s.
Os regalo estos versos:


"La palabra lapicero
tiene un olor a madera
acostado en mi cerebro...
Cada vez que se despierta
me pongo a escribir sonetos."

Gloria Rivas.