“Amo el sueño y más el ser de piedra

mientras el daño y la vergüenza duran”.

Leo estos versos de Miguel Ángel Buonarroti en la espléndida novela de Dacia Maraini “La larga vida de Marianna Ucría”, y me quedo revoloteando como la abeja en torno a la flor para extraer el delicioso néctar de esos versos impagables.

Si algo demostró, y demostró una inmensa genialidad en muchos ámbitos, fue la capacidad fabulosa de hacer hablar a las piedras y concederlas la potencia más imaginativa que se haya podido dar, y ya conocemos la anécdota de tocar él mismo la frente de Moisés para que hablara, que es lo que solo le faltaba. Sí, si alguien ha hecho hablar, a las piedras y que estas susurren, lloren, emocionen y lleguen a sentir la más alta dignidad, ese ha sido Miguel Ángel. Basta contemplar a su Moisés, la Piedad o el David, lejos del ruido, los daños y lo que da vergüenza propia y ajena, en donde el escultor se refugia para sacar lo mejor de sí mismo, que es tanto.

Dicho lo cual cómo no va a tener derecho a proclamar su amor a la noche, con su poder para hacer expandir la fuerza de la imaginación y un extraordinario amor a las piedras de donde sacaba un mundo tan fascinante de vida casi total y belleza suma. Por eso no sé en qué momento le pillaría al genial pintor versado en buenos versos, parece ser que esculpiendo las estatuas de las Tumbas Mediceas para cambiar de pensamiento. Andaba por los treinta, y “Miguel Ángel sintió en su interior, dice un experto en su obra, algo que parecía hartura y cansancio, deseo de vivir en un mundo más espiritual. Y se refugió en la poesía deliberadamente, abandonando el cincel, porque tenía ganas de vivir con los poetas y hacer versos. Después de tanta batalla con la materia, después de tanto alarde anatómico, sintió la nostalgia de la palabra, de las voces del alma”. Se refugió un tiempo en la palabra más honda, la poesía, y nos dejó algunos versos excelentes a la sombra del Dante y de Petrarca, poetas que frecuentaba. Enseguida volvería a lo más suyo.

Pero la palabra, que fue lo que sucedió en el principio de todo según la Biblia, brilló asimismo en su vida y en su obra, aunque su más excelsa obra es la que está relacionada con la escultura, la arquitectura y la pintura, como es bien sabido.