Es un hecho incontestable, hoy muy dado a la crítica y la queja, la inundación de imágenes en la que estamos metidos hasta las cejas, y aun siendo media verdad, pero gran verdad, que vale más una imagen que mil palabras, (porque la otra media verdad tan valiosa o más es que una palabra puede valer más que mil imágenes) y nos va en ello un poco la vida, salir a flote y disfrutar en la superficie de aquella imagen que nos ha tocado alguna fibra más sensible. Me gusta estar atento y un poco a la caza de las fuentes de inspiración para mis cosillas, así llamo a veces a mis artículos para no encampanarme, y claramente las imágenes constituyen un hallazgo que puede competir con una joya preciosa, por lo que urge detenerse, no pasar de largo, pisamos y pisoteamos tanto los paisajes que ya ninguno se queda en la retina, gozosamente, parsimoniosamente, o pasan a verse perdidos entre la mil y una fotografías que se hicieron tan a prisa con el móvil que ni siquiera nos dio tiempo a disfrutar. Por eso es obligado detener del tiempo, la mirada, el pensamiento, el dulzor de todo aquello que destaca en belleza, una mirada, una flor en el asfalto, un paisaje, el rostro de un niño que le ríe a la vida y a la nada, ese especial andar con un movimiento de caderas rítmico..., y no correr atolondrados a buscar más en el mercado de todo a cien y abarrotado de cachivaches. Y dejar que sosiegue en la retina, que pase al cerebro y haga nido en él a solas y un tiempo recreándose en ello. Y es cuando podemos decir con todas las de la ley que una imagen vale más que mil palabras, sin poner punto final, porque: Dígase lo mismo de las palabras que tienen, algunas, muchas, un valor incalculable: madre, padre, hijos, Madrigal de las Altas Torres, niño: “cantamos por el niño” dice en un verso Benedetti, y no añade nada más, porque cualquier adjetivo le puede desteñir, pues cuando se dice niño, sin más, se ha dicho todo, encierra una de las realidades más hermosas de la naturaleza en todo lugar y tiempo. Y no digamos las últimas palabras que dicen los padres o las primeras. Y aquella que te sigue y persigue desde la niñez o la juventud, parte de una canción, de un consejo o que cogiste al vuelo y se quedó para siempre dormida-despierta en el mejor de tus rincones preferidos.
Hay que buscar la imagen que vale más que mil palabras y la palabra que puede valer más que mil imágenes, para recrearse en ellas, moldearlas, trajinarlas, trabajarlas, mimarlas, saborearlas, tan dulces, tan tiernas, tan cálidas, tan salvadoras del momento, porque, ¿qué somos sin ellas, sin su recuerdo, sin su memoria interactiva, sin su belleza a flor de piel, sin su bondad honda que da sentido a una vida, sin su salvación al alcance de la mano? Ayer mismo, lancé las dos frases en el taller de escritura creativa y brotaron los materiales para un buen debate.
¿La primera, la segunda...? Y ven conmigo a buscarla, porque es seguro que la verdad está cerca de lo que consigamos entre todos, guardando la formas de un civilizado debate: yo añadiría este matiz a lo que tú dices..., quizá valga este otro punto de vista..., tu verdad junto a la mía son más verdad tanto la tuya como la mía..., o me ha parecido tan bueno lo tuyo, que me lo apropio..., todo ello cocinado en donde se respeta al otro aunque haya que disentir y rebajar las ínfulas y calentamientos sin freno, guardando siempre las reglas de la buena educación y la concordia que nos enriquecen. Pues eso: que me quedo con la fuerza de las imágenes y el valor de las palabras.
https://youtu.be/3FzXJVWtt3M?si=1d87sZqUHnXGq3Ok MAWAR BODAS - ALEXANDRA DOVGAN PIANO CONCERT (Prodigiosa interpretación de esta niña de 10 años. Ahora anda por los 18 y sigue progresando)
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