viernes, 9 de octubre de 2020

LA TERNURA, ESA PALABRA MÁGICA

 



Creo haberlo dicho alguna vez más, ya sabes que cuando uno va acumulando años se repite, no hay otra, que la ternura es una de mis palabras preferidas. Por eso celebro tanto lo que la escritora del Premio Nobel de Literatura, Olga Takurczuk, ha dicho sobre ella: “La ternura es el arte de personificar, de compartir sentimientos, y, por lo tanto, descubrir similitudes. Crear historias significa dar vida constantemente a las cosas, dar existencia a todas las pequeñas partes del mundo que están representadas por las experiencias humanas, las situaciones que las personas han sufrido y sus recuerdos.”. No hay más remedio que detenerse y paladear las palabras, los conceptos y remar a favor de la corriente y la fuerza de las palabras.
Personificar, que es tanto como tener al otro siempre presente, a la escucha, pero sobre todo dejándole amplio espacio para su voz y su palabra, darle cancha, cederle el micro, pero personificar es asimismo: dotar de alma, voz y palabra a las cosas inanimadas. Juan Ramón Jiménez hizo eso mismo con Platero y creó una obra de arte.
Compartir, que significa no levantar la voz, nunca el grito airado, partir el pan y la vida con los otros, desde el nivel más bajo, sentados en el suelo, haciendo corro y dando calor al que muere de frío o soledad, y ánimos al que se queda sin ganas de vivir y tirar por la vida hacia adelante. Y compartir afectos, abrazos y sentimientos. Cuando acude Manuel Vilas a Cartagena de Indias a hablar de su novela Ordesa, descubre una fruta, la pitahaya, y se acuerda de su madre porque se comunica con ella a través de la fruta que tanto significaba en su vida: la fruta, dice, simbolizaba, para ella, el agua, el sol y la tierra, y le duele que su madre no hubiera conocido esa fruta, porque: “¡Cuántas cosas ocurren en mi vida que no puedo compartir con nadie, y eso me está matando”. Ese mismo sentimiento me persigue con mucha frecuencia: querer compartir con mis padres, muertos hace 30 y 32 años, un largo viaje para que conocieran un poco más de este mundo que para ellos fue tan reducido, un buen vino con mi padre, una tarta de Maro Vallés con mi madre...
Descubrir similitudes, que significa tanto como estar al tanto de cuanto les ocurre a los otros y ver con deleite cómo les sucede en el fondo lo mismo que a nosotros cuando nos abrimos en canal, sacamos lo mejor de nosotros mismos y celebramos ser dos gotas de agua, más que similares casi-casi idénticas en lo más profundo de nuestra dignidad y la suya.
Crear historias que es dar vida a las cosas, crear de la nada, haciendo que lo imposible sea posible cuando el presente se detiene y da paso al pasado y abre la puerta al futuro, tiempos y espacios nuevos en el mundo de la imaginación para enriquecer lo real que se nos antoja gris, opaco y moribundo; historias donde el dolor y la alegría, el sufrimiento y la compasión tienen su mejor asiento. Pero será mejor volver sobre el párrafo de la escritora polaca y seguir desentrañándolo, que eso es leer: seguir alargando las historias, dar voz y sentimiento a las cosas, personificándolas, dejar que la imaginación siga y siga modificando la realidad al gusto de cada cual Y sobre la ternura todos tenemos cartas para poder jugar.
Y hablando del Premio Nobel, ¿cómo no celebrar el que acaba de recibir la estadounidense Louise Glück? Celebrar, leyéndola.
... Me parece que le va al tema, como anillo al dedo, este vals de Chopin: https://youtu.be/39DwsS6UAAk Dalia Lazar performs Chopin's Waltz, Op. 69 No. 2 in B minor.

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