viernes, 22 de noviembre de 2019

UN SACACORCHOS ESPERANDO COMPAÑÍA


De pequeños gestos está llena nuestra vida, y algunos maravillosamente significativos. Es el embrujo de muchas pequeñas cosas. Hay dos que me persiguen desde mi juventud, gozosamente conjuntadas: Los diarios y las pequeñas cosas, y fue precisamente, entonces, cuando comencé a escribir en la prensa una sección bajo el título “Diario de las pequeñas cosas”. No sé todavía por qué será. Aquel diario no se refería a las cosas de las que estoy pasando revista aquí, sino de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, sinónimo de gestos, actos, sucesos y anécdotas.
Abres un ojo por la mañana, porque el otro no se ha desperezado, y al ver el milagro de un nuevo despertar el perezoso se anima rápidamente y participa del instante irrepetible y fascinante.
Coges el sacacorchos, que ahí voy, y lo haces porque han venido tus hijas o tus amigos a comer o a cenar, pues no se te ocurre abrir una botella para ti solo, ya que se te quedó gravada para siempre la imagen del bebedor solitario acodado en la barra del bar ensimismado en su soliloquios, y mientras va ascendiendo el corcho y liberándose de las apreturas a que estaba sometido comienzas a saborear los momentos del brindis y empezar, ya mismo, a disfrutar de los mejores momentos de la buena compañía, que vendrá tras el choque de las copas de vino, y no se puede hacer si no hay, al menos, más gente contigo, porque de lo contrario tendrías que chocar tu copa al aire o contra la pared, lo que tiene demasiada poca gracia y escaso o nulo significado. Esa instantánea es un preludio de la comida o la cena, que llegará enseguida, ya están sentados los comensales, y es tan intensa y gozosa como algunos de los momentos posteriores, igual que los preparativos de la boda, un viaje o acontecimiento similar pueden tener mayor enjundia que lo sucedido posteriormente, que es a lo que íbamos.
Y lo dejas enseguida en el cajón de los cubiertos hasta una nueva ocasión en la que, como siempre, se pondrá en tus manos para prestar sus mejores servicios, satisfecho, pero pensando en lo que pensarían sus dueños de estar en la playa o en pleno campo, por ejemplo, y al querer abrir una botella de buen vino, no estuviera él presente y dispuesto a la tarea, con lo que su autoestima, con toda la razón del mundo, se sube por las paredes y saca pecho. Es imprescindible, y en su ausencia no querrás quitar el corcho con los dientes. Ahora duerme ya junto a sus colegas de siesta alargada, a la espera de una nueva cita.
Son estas, esas y aquellas pequeñas cosas a las que dedicó Joan Manuel Serrat una preciosa y emotiva canción:

Son aquellas pequeñas cosas
Que nos dejó un tiempo de rosas
En un rincón
En un papel
O en un cajón...
Siguen ahí, dormidas casi siempre, calladas, soñadoras, esperando una mirada, una mano cálida que las saque de su sopor para estar allí donde prestar lo mejor de sí mismas.
... https://youtu.be/wN3DOwxnTiM Serrat - Aquellas pequeñas cosas.

No hay comentarios: