Y así fue: La
primera vez no terminó la historia mal del todo, aunque sin rematar, pero
aquello me invitó a seguir, que no es bueno desmayarse a la primera y
abandonar.
La segunda tampoco
remató y el resultado más bien parecía un buñuelo de viento, poco equilibrado,
nada armonioso, muy mal mezclado, casi peor que la primera. Aun así había que
seguir intentándolo, que no me gusta nada, y lo he criticado, aquello de un
famoso escritor, no diré el nombre, que a la primera intentona de hacer unos
huevos fritos y salirle rematadamente mal,
no volvió a meterse en la cocina, que ya es tener jeta.
Y efectivamente: A
la tercera fue la vencida, casi-casi una obra de arte, pero lo mejor, algo
delicioso y para morirse de gusto o, si prefieres, para chuparse los dedos. Que
de qué va la historia, pues de lo más sencillo de este mundo: hacer un humilde PASTEL
DE VERDURAS. Ahí va la receta y el modo de confeccionarlo.
Una vez puestos todos
los ingredientes sobre la mesa o sobre la encimera, se pone aceite en la sartén
-puede ir acompañada de mantequilla, pero no es necesario y la sal a gusto del
consumidor- y se comienza a rehogar una cebolla, antes bien picadita y
soportando el picor de los ojos como mejor se pueda; cuando empieza a dorarse
se echa un calabacín que se ha cortado en rodajas anteriormente, y estas en
cuatro partes, hasta que todo ello quede bien pochado. Que no se nos olvide
darle vueltas, de vez en cuando, a ser posible con una cuchara de madera.
Mientras tanto se han puesto en una cazuela con agua dos zanahorias cortadas en
rodajas finas a hervir unos diez minutos. Al tiempo que se baten dos o tres
huevos, medio vaso de leche y otro medio de harina, sin que se hagan grumos, y
se prepara un recipiente de cristal o metal, el que se usa para el bizcocho,
por ejemplo, bien untado de aceite por los cuatro costados y el fondo, y
espolvoreado con harina o pan rallado, para que no se pegue y se saque en
perfectas condiciones.
Unos minutos antes
se ha encendido el horno al máximo. Cuando todo está listo se echa una parte de
lo pochado en el recipiente, más una parte de las zanahorias, sobre ello parte
del líquido que se ha formado por los huevos, la leche y la harina, de nuevo otra
capa del calabacín, la cebolla y el resto de las zanahorias. Si se añade
pimiento de piquillo y unos trocitos finos de jamón, mejor que mejor, yo así lo
hice en la tercera versión, y de nuevo lo que quede del líquido. Debe hacerse
así, si no se corre el peligro de que salga el buñuelo de viento, del que
hablaba en mi primer y segundo experimento, mal mezclado, no integrado y poco
armonioso. A eso me refería. Se introduce en el horno y se baja a 150 grados,
cómo mínimo media hora, pero lo mejor es verlo a menudo. No conviene pasarse,
como tampoco que esté demasiado poco hecho. La mirada o el uso de una aguja son
suficientes para tal menester. Importa que este jugoso. Se apaga el horno y se
deja reposar unos minutos. A continuación se deposita en una bandeja, habiendo
dado con cuidado la media vuelta, y se lo cubre con mayonesa, que le da un
punto. Y ya listo para servir y comer. Rico, rico y con mucho fundamento de
primer plato. Claro que quizá yo le dé demasiado color, no obstante mi
santa, que de esto entiende un rato, y
unos amigos, doy fe de que ella es una gran cocinera, le dieron un notable alto. De segundo..., para otro día si me
encuentro inspirado.
Si te atreves, nos
lo comentas, y si lo has hecho mil veces, mejor que mejor, gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario