... Hay ventanas abiertas y ventanas cerradas que estimulan a los sentidos, unas, y a la imaginación, otras, y viejas brujas sabias a través de las cuales entendemos mejor este mundo.
“Vieja bruja y anciana sabia”. Esto solo lo pueden decir algunas mujeres, como Margaret Atwood, de sí mismas, esa gran escritora canadiense, premio Príncipe de Asturias y eterna candidata al Nobel. Algo había leído de ella y, tras leer una hermosa entrevista en el dominical de EL PAÍS, me he traído de la biblioteca su última novela, “Desorden moral”. Pero a lo que iba, a sus estupendos 78 años, bien llevados, por lo que se advierte siempre en su rostro abierto a la media sonrisa y la profundidad de sus ojos verdes, es capaz de reírse de ella misma y defender sin remilgos su sabiduría de casi anciana, diría yo, y nada de anciana. Aunque no he venido aquí para hablar de su literatura, sus 50 libros, ni de la actualidad de “El cuento de la criada” adaptada estos días a la televisión, sino para sacarle punta a un chiste que corre en su país y que ella lo cuenta en la entrevista. Al preguntarle la entrevistadora si los canadienses son más amables que en otros países, contesta que puede ser, porque al ser tantos grupos tan diferentes no hay más remedio que sentarse y dialogar. Tenemos un chiste, dice: “En un camino hacia el cielo hay una señal doble. Un lado indica “Al cielo”, el otro, “Mesa redonda sobre el cielo”. Todos los canadienses elegimos el debate”. Qué quieres, a mí me han entrado ganas locas de ser de ese país amable que debe de ser Canadá, pues comparando con la que estamos constantemente liando aquí, en “este país de todos los demonios” según Jaime Gil de Biedma, es para coger el primer avión y largarse, porque aun cuando todos ansiemos ir al cielo del más allá o del más acá, me parece infinitamente mejor no escoger el primer camino, a la de ya, sin mirar hacia atrás, hacia adelante o hacia los lados, olvidando hasta la buena compostura y ascender acaso pisando o quemando o condenando o defendiendo o blandiendo mis convicciones inmutables como piedras de basalto, sino al ejemplo de los hombres y mujeres de ese país, ir dando algunos rodeos, con tiempo para hablar, organizar todas las mesa redondas posibles sobre el camino y la meta, sin dejar de beber unos vinos o unas cervezas y más de un café relajado, mientras compartimos palabras, ideas, opiniones y ponemos en tela de juicio nuestras más profundas convicciones que, acaso, no sean ni tan profundas ni siquiera convicciones, sino simples ideas cogidas de aquí y de allá, un pelín plagiadas.
Nota no tan al margen: Para entender por qué se llama, a sí misma, Margaret Atwood, vieja bruja y anciana sabia:
“Un vecino mío abogado me vio en otoño barriendo las hojas del jardín y me advirtió:
- Margaret, no debería hacer eso.
- ¿Qué quieres decir, Sam?
- No deberías estar ahí fuera con la escoba. ¿No sabes que te llaman la bruja malvada del barrio?
- ¿No sabes que el miedo genera más respeto que el amor? No está mal dar un poco de miedo”.
Ah, y de paso decir que, aun estando de acuerdo con el gran poeta Gil de Biedma, yo añadiría que también de diez mil ángeles, porque para vivir, España es mucha España y un inmenso país, no solo un país de todos los demonios, que también
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