miércoles, 8 de noviembre de 2017

A VUELTAS CON EL DIÁLOGO


Me interesa sobremanera, desde hace tiempo, todo lo que se refiere al profesor y maestro Emilio Lledó, por su sabiduría, su humanismo y su talante intelectual y ejemplar, de hombre bueno, hombre sabio y hombre libre. Y por eso mismo me alegró la mañana del viernes pasado el artículo de Manuel Cruz, otro filósofo, a quien sigo con mucho disfrute para la mente, titulado “Lo que realmente importa” y el subtítulo: “A Emilio Lledó, en su 90º cumpleaños”, en el que reivindica el diálogo, no porque esté actualmente de moda, sino por la dedicación que el profesor Lledó ha dejado en su obra. Cruz va como siempre a la esencia de las cosas y los temas y, esta vez, haciéndose una pregunta retórica nos dará la respuesta: “Pero, ¿qué es el diálogo sino la palabra en estado más vivo, la palabra en acción, ese momento en el que la palabra muestra todo su poder y se pone en juego?”.
Es difícil, por no decir imposible, que no haya debilidades en nuestros discursos, como lo es igualmente que no haya aciertos en el de los otros. La esencia del diálogo, me parece, está en rebajar mis humos desde la autocrítica más rigurosa, elemental y necesaria, y aceptar algunos puntos de vista del otro que no estará errado en todo lo que dice, pues en el más embustero del lugar es fácil que se esconda alguna verdad. Aun cuando estemos seguros y convencidos de nuestros principios generalmente y no estemos dispuestos a cualquier precio a comulgar con todas las ideas del interlocutor es necesario y saludable estar abiertos y dispuestos al diálogo. Lo dice con meridiana claridad Manuel Cruz, cuando al referirse al diálogo como una actividad noble, hermosa y bienintencionada, “busca que las personas rebajen su posible dogmatismo, su intransigencia, su incomprensión, saque su parte buena y corra al encuentro del otro para ponerse de acuerdo con él de forma razonable y de ser posible, amistosa”, muy lejos de cuantos en la actualidad alardean de exigir, desear y pedir el diálogo con la misma naturalidad con la que respiran, cuando no se les ve ni dar un solo paso en la dirección que apunta y exige el verdadero diálogo. Eso se llama: milongas para adormecer doncellas, engañarse a sí mismo mostrando sin el menor de los rubores su cinismo y sus vergüenzas. No escuchan, hablan todos al mismo tiempo, tiran las palabras como piedras y lanzas de guerra, y así no es posible hablar, entenderse, ponerse en la piel del otro, rebajar los humos, las certezas, los dogmatismos y la creencia de que nosotros somos los mejores, más honestos, buena gente y con toda la razón a nuestro lado, ¡faltaría más!
Refiriéndose Manuel Cruz al profesor de filosofía, Emilio Lledó, como él prefiere definirse, maestro en “educar para saber y para convivir”, se pregunta si el veneno del diálogo se lo inoculó Hans-Georg Gadamer con quien estudió en Heidelberg (Alemania) o ya venía envenenado de casa. En cualquier caso ha sido siempre una pasión, la misma que la búsqueda de la esencia de la amistad, la educación-la paideia de los griegos y dedicarse a profundizar y después hablar de “las cosas que realmente importan”. Sin olvidar lo excelsos versos de Machado, que he colocado en el frontispicio de mi blog:
“¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”.
En uno de su libros tengo subrayado esto tan sustancioso: “Frente a lenguaje del mito, de lo “siempre así” la cultura griega descubrió lo “todavía no”, la duda, la reflexión, el mundo inabarcable de la “dóxa”, de las “opiniones de los mortales”.
Magister dixit.

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