Sólo sabemos toda nuestra altura
si alguien le dice a nuestro ser: ¡Levanta!
Y entonces, fiel consigo, se agiganta
hasta llegar al cielo su estatura.
Emily Dickinson
Necesitamos siempre la voz de otro para darnos cuenta de nuestra altura y de nuestras posibilidades: Lázaro, levántate y anda, y Lázaro se levantó y anduvo; las manos de los otros, si estamos muertos, las de todos, porque tienen que ser las de todos, para que hagan el milagro, como reza el poema de Nicolás Guillén: solo, cuando todos los hombres de la tierra rodearon al cadáver, éste se incorporó lentamente, abrazó al primer hombre y se echó a andar.
Somos veletas a merced del viento, y hasta menos que veletas, éstas cumplen su cometido, porque nos desorientamos y nos despistamos del camino en cuanto acude a nuestros oídos cualquier canto de sirena y nos perdemos atolondrados entre la maraña del bosque, hasta que alguien conoce a fondo nuestros desvaríos y sabe enderezar nuestros pasos hacia la meta que siempre alguna vez soñamos.
Vivimos reconcomidos por nuestras propias miserias, por nuestra pequeñez más endeble, andamos a cuatro patas, imitando torpemente a las bestias, no hace falta poner mil y un ejemplos, hasta que alguien levanta la voz, dirige su palabra hacia nosotros, nos mira a los ojos (es clave que nos miren a los ojos) y entonces sucede lo que tan bellamente nos describe Emily Dickinson, que solo sabemos la magnitud de nuestra altura, si alguien pasa a nuestro lado con una sensibilidad y bondad a flor de piel, además de creer plenamente en nosotros, y nos dice un ¡LEVÁNTATE! que hasta las piedras se pondrían de pie, y es entonces, por la fuerza innata del propio ser, cuando se agiganta nuestra estatura.
Funciona por fortuna el efecto Pigmalión, consiguiendo el comportamiento deseado por el poder de las expectativas y la fuerte esperanza puestas en el otro. Tanta pasión puso Pigmalión sobre la mujer esculpida, Galatea, que la diosa del amor, Afrodita, le recompensa dándole la vida a Galatea. Cuántos cambios pasan por nuestros ojos en el mundo de los hijos, de los alumnos, de las empresas y de las relaciones humanas en general, cuando alguien toca la varita mágica de creer en alguien, animarle a ser más con la fuerza del deseo y la esperanza sin apenas límites (no hay método pedagógico más sublime, lo contrario del nefasto tú no serás nada en la vida) Hace unos días, me sorprendió que alguien, sin yo haberlo pretendido, me citara precisamente este efecto Pigmalión que había detectado, gracias al empeño que yo había puesto estirando de sus posibilidades para que creyera más en sí mismo y pusiera en marcha sus muchas capacidades dormidas.
¡Ay de nosotros, si nadie pasa a nuestro lado y nos dice: levántate, que puedes, y anda…! Y entonces, fiel consigo se agiganta hasta llegar al cielo su estatura.
sábado, 5 de febrero de 2011
LEVÁNTATE Y ANDA
Publicado por ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ en 10:23
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