miércoles, 2 de julio de 2025

LEYENDO A SÁNDOR MÁRAI... Y SABOREANDO

 



“Perdí al hombre y a cambio hallé el mundo... Me divorcié de mi marido y ahora vivo sola”. Y me quedo pensando, saboreando, que para eso leo: Cuántas veces ese es el verdadero camino de la libertad.
“Las ideas hermosas es mejor no repetirlas porque se desgastan y pierden su magia”. Y me digo, para mis adentros, que si son hermosas es bueno repetirlas hasta que hagan nido en nuestras cabezas, pero, ojo, sabiendo que si se repiten en exceso se desgastan y se convierten en lugares comunes perdiendo en el camino su inicial frescura.
“Olía a otoño y anochecía temprano... Miraba pensativo el crepúsculo gris perfumado de mosto”. Me detengo a la fuerza para que ese hallazgo poético cale en mi memoria, que me lleva a aquellos crepúsculos de mi infancia cuando en la bodega de casa pisaban la uva.
“Había que callar con él y estar atenta a aquello sobre lo que él callaba”. Está claro que los silencios son con frecuencia más elocuentes, o tanto, que las palabras mejor o peor hilvanadas.
“Se avecina un mundo en el que todo el que sea bello será sospechoso. Y todo el que tenga talento. Y el que tenga carácter... La belleza será un insulto y el talento, una provocación. ¡Y el carácter, un atentado! Porque ahora llegan ellos, saldrán de todas partes cientos de millones de ellos. Y estarán por todas partes... y serán cada vez más. ¡Tenga cuidado!”. No es halagüeño el panorama, pero por desgracia es tan real... Menos mal que todo lo contrario, a la vez, se palpa en ese mismo paisaje, puesto que me niego a pensar que junto a las sombras no broten las luces, y hasta con abundancia.
Siempre que escuchaba las peroratas de los patriotas sobre el amor a la patria se callaba porque para él, el cuarto personaje de la novela que leo, “La mujer justa”, espléndida obra, por cierto, la única patria era su lengua materna, el húngaro. Y el escritor que había sido, ahora callaba y ya solo leía diccionarios. Ya no creía en las palabras, pero seguía amándolas “las paladeaba, las saboreaba, miraba hacia el techo y soltaba la palabra para que pudiera volar como una mariposa”, porque para él, esas palabras estaban hechas de una sustancia sabrosa, como la carne o la sangre. ¿No estará, sin querer o queriendo, el propio autor, tan prodigioso domador de las palabras diciéndonos lo que él piensa del lenguaje que usa en sus novelas, porque solo amándolas, degustándolas y saboreándolas como hace el personaje que está describiendo en boca de Judit, la segunda mujer protagonista, se puede escribir como Sándor Márai? “Lo único que aún le gustaba era el sol, el vino y las palabras, pero fuera de contexto”.
Mientras la ciudad está siendo salvajemente bombardeada va aprendiendo que “la cultura es cuando una persona... o un pueblo... se colma de una alegría inmensa... Y esa alegría es la cultura”. Y yo en mi ciudad en paz, pero viendo y escuchando las guerras terribles, como todas, de Israel sobre Palestina y de Rusia sobre Ucrania, pienso igualmente que después de todo la alegría que les quede y la alegría que nos queda es la cultura. Es la alegría que regresó a las calles de Portugal, hace 50 años, cuando los claveles volvieron a las calles.
Una gran novela estructurada en tres largos monólogos de Marika, Péter y Judit que son los que van narrando, con mucha maestría y estilo diferente, gran parte de sus vidas y las relaciones entre sí. Un autor que nunca defrauda.
https://youtu.be/QIl9QIr74mA?si=bJ8ifUPirylEJAV0 Adoro- Olé México GNP Buika & Alondra de la Parra

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