jueves, 3 de diciembre de 2020

LIBERTAD, QUÉ BIEN SUENA SU NOMBRE

 


Libertad, qué bien suena su nombre y qué mal lo usamos. Yo me atrevería decir que hasta límites insospechados y graves de verdadera prostitución. Primero fueron las caceroladas y manifestaciones a grito de libertad por el barrio de Salamanca de Madrid. ¡Pedían libertad, santo Dios! Segundo, manifestaciones de los antisistema-antitodo y gentes de ultraderecha y ultraizquierda en Barcelona y otras ciudades del Estado Español de forma muy agresiva y violenta a grito pelado, igualmente curioso, también de libertad. ¡Lo mejor de cada casa! ¡Santo cielo! Tercero, o acaso primero, porque ya viene de más lejos a lomos del neoliberalismo rampante y floreciente, que coloca en su frontispicio este mismo concepto, con la liberalización de la economía, el libre comercio en general y una drástica reducción del gasto público y de la intervención del Estado en la economía en favor del sector privado, con el consiguiente adiós del Estado de Bienestar y sálvese quien pueda, y ya se sabe quién puede salvarse y pagarse la educación selecta y los idiomas y las pensiones y la salud bien pagada..., a los que no, que son la mayoría aplastante y con derecho a la tarta, que les parta un rayo.
En contra: La Estatua de la Libertad de Nueva Yok contiene un poema de Emma Lazarus, una poetisa estadounidense, de origen portugués y sefardí, que termina así marcando el camino: “¡Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres/ Vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad/ El desamparado desecho de vuestras rebosantes playas/ Enviadme a estos, los desamparados, sacudidos por las tempestades a mí/ ¡Yo elevo mi faro detrás de la puerta dorada!”. Eso es la tierra de la libertad, escribía Íñigo Domínguez, ante el temor de que pudiera volver Donald Trump, “con esas bravuconadas que nos quiere vender que se reducen a la ley del más fuerte...”, menos mal que perdió, aunque no lo reconozca, y ese, el viaje hacia la libertad.
Es la libertad de la Pastora Marcela de Cervantes: «Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles de estas montañas son mi compañía, las claras aguas de estos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos...”. Un breve párrafo del famoso discurso, pieza maestra de oratoria, y que supone una defensa de los derechos de la mujer en una época en la que esta se encontraba sometida.
Y es: “Libre te quiero... / Pero no mía / ni de Dios ni de nadie / ni tuya siquiera”. Así termina el maravilloso poema de Agustín García Calvo, y cantado, de forma no menos fascinante, por Amancio Prada. Ni de Dios, ni de nadie, ni tuya siquiera. Libre, sin pertenecer a nadie, como el viento, como las olas del mar... ni tuya siquiera, sin tener un dominio absoluto sobre nosotros mismos, tocando la esencia de la libertad.
Nota no tan al margen. Escrito el artículo, me he encontrado esta cita bien oportuna: “La libertad por sí sola no es suficiente para alcanzar la plenitud individual y colectiva. Es necesario referenciarla a otros dos valores (la igualdad y la fraternidad) para que realmente cobre sentido. Somos libres solo entre iguales. Somos libres solo cuando los demás también son libres y todas las personas (independientemente de la raza, el sexo, el origen…)”. Colectivo P. M.
https://youtu.be/5McfI3aDmWc Libre te quiero - Amancio Prada. ¡Qué bien suena siempre este Libre te quiero de Amancio Prada!

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