viernes, 7 de diciembre de 2018

LA PERFECCIÓN DE LO IMPERFECTO



Pareciera una contradicción en los propios términos y quizá no lo sea tanto, porque valiéndonos de algunos ejemplos la cosa puede quedar clara hasta convencernos del todo. ¿Quién se atrevería a llamar a la lengua de trapo de los niños y niñas de tres años algo imperfecto y no una joya coloquial? No es pleno y acabado el capullo, y tendrá que esperar a la plenitud de la rosa, sin dejar por ello de ser una maravilla. ¿Quién sería capaz de poner en tela de juicio los primeros compases de la Tocata y Fuga de Juan Sebastián Bach que podrían quedarse en una huida al vacío de no ir acompañados por el resto hasta convertirse en una melodía prodigiosa?
Podría suceder lo contrario, obras que tuvieron un principio feliz, un acierto excelso en sus inicios y lo que pudo convertirse en obra perfecta quedarse convertida en un fracaso. A veces se malogran obras que, a primera vista, nos deslumbran por su grandiosidad y hasta perfección suma, ganando por el contrario en fascinación y ricas sugerencias el primer boceto, el más sutil pensamiento, el milagroso rasgo inicial en los que se vislumbraba el genial arranque de un proyecto dotado de fuerte inspiración. Con frecuencia lo que se va adhiriendo al primer impulso-bosquejo no es más que una ideología amplificada, no tan pura, notándose los remiendos, la trivial parafernalia y toda la hojarasca devenida en exceso barroca, fruto solo de las buenas tablas y manos artesanales que se han ido adquiriendo en el largo oficio, mucho, pero nada más que eso.
Lo expresa magistralmente Antonio Muñoz Molina en una de sus visitas museísticas ante una exposición en el Prado sobre los bocetos de Rubens, titulada “El borrador infalible”, en cuyo título ya hallamos la esencia del artículo de este escritor: “En lo imperfecto y lo inacabado hay para nosotros una belleza mucho más estimulante que la de la obra ya cumplida. En los cuadros percibimos la distancia que nos separa del tiempo en el que fueron pintados, y el pasado del que eran herederos... En los bocetos lo que vemos es el porvenir. La soltura de líneas, la rapidez caligráfica, las manchas de color que disgregan las formas, el atrevimiento en la expresión del erotismo o de la crueldad... Quién sabe si no hay un punto de esterilidad en el deseo de perfección, en el cuidado excesivo que pone uno en lo que hace, si la obra acabada no será muchas veces la lápida que sepulta borradores memorables, posibilidades que habrían brillado sin necesidad de cumplirse”.
En lo imperfeto e inacabado, efectivamente, podemos encontrar con frecuencia obras meritorias, lo que nos reconcilia con nuestra más deleble y frágil identidad hecha de remiendos de aquí y de allá y nunca del todo inacabada. Es bueno saber que una obra gana, no por extenuación, ni en extensión, ni en barroquismo, que fomenta más la distracción que lo que realmente se pretendía si es que se pretendía algo más que cantar a lo ampuloso, lo recargado y lo excesivo. Como estupendo reconocer que quizá en muchas de nuestras imperfecciones esté rondando la perfección. Por lo que deberíamos prestar más atención al primer bosquejo, la idea inicial, en donde quizá nos hallemos ante lo realmente deslumbrante. Sucede a veces, por desgracia, que el resto no es más que puro decorado. Bástenos saber que, muchas veces, en lo imperfecto puede darse y encontrarse una inmensa belleza.

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