miércoles, 29 de noviembre de 2017

NE ME QUITTE PAS


No me dejes... Ne me quitte pas... Ne me quitte pas... Ne me quitte pas... Escuchar esta canción de Jacques Brel, interpretada por la cantante catalana, Silvia Pérez Cruz, sin hacer otra cosa que escuchar, porque lo contrario sería profanarla, es ascender a esferas insospechadas, plenas de desgarro y sentimiento, de mucha altura y profundidad, a la vez, por la canción en sí y por la interpretación soberbia de esta mujer que canta como nadie, desde el fondo de la tierra y de sus entrañas, como quien está bebiendo un vaso de agua;
te quita el aliento, pierdes el sentido y más si penetras en ese “ne me quitte pas, tantas veces repetido, que nunca resulta excesivo;
porque se podría olvidar, quizá todo se pueda olvidar, el tiempo ganado y el perdido, los espacios, los malentendidos, los momentos felices y los dolorosos, aquellos amores compartidos hasta el éxtasis y los desamores desventurados;
pero no, no se puede olvidar, fue tanto, tantas veces, tanto encuentro de amor o amistad y rosas, que te sale de dentro esa letanía que llegaría sin esfuerzo al infinito: ne me quitte pas, porque en qué vida humana no hay pérdidas de todo tipo, incluidas las pérdidas amorosas y las pérdidas de los amigos que se van sin saber por qué de tu vida;
no me dejes, no me dejes, no me dejes, y cada uno de nosotros podemos escribir como petición de perdón, si fuese necesario, o como ofrenda-regalo que permita deshacer lo andado, tras el empujón de cada verso y donde pone, “perlas de lluvia”: todos los mares del sur a sus pies;
donde “yo cabaré la tierra / hasta después de mi muerte / para cubrir tu cuerpo / de oro y de luz”: acariciaré todo cuerpo con la verde brisa de los montes, el perfume de todas las flores de los jardines de la tierra y pondré en tus ojos la luz de las estrellas del firmamento..., y eso solo para empezar el primer reencuentro y celebrarlo;
donde “haré un ámbito / donde el amor será rey / donde el amor será ley / donde serás reina”: lo que te venga en gana, que tampoco hay por qué venirse tan arriba, bastaría con amanecer con un beso nuevo cada mañana, un haces tú el desayuno y mañana lo hago yo, si de parejas se trata, y si de amigos, pues de igual manera, y que no espaciemos tanto el vernos, pues no tenemos perdón de Dios en estas tan largas tardanzas por tonta desidia, olvidando tanto bueno como siempre hubo;
porque deberán venir, vendrán, más días y más noches para repetir al por mayor lo que tanto fue y donde tanto pasó y deshacer lo mal andado para que se olvide aquello que nunca debió aparecer ni siquiera en sueños;
sí, no me dejes, no me dejes, ne me quitte pas, ne me quitte pas, porque se moriría para siempre y quedaría en el mundo inútil de la nada lo que pudo ser de nuevo, nuevamente refrescante, y seguir fluyendo como lo hace el río con esa majestuosidad tan generosa cuando es caudaloso o si es pequeño afluente con su gracia leve de tierno bebé.
Me callo para que, si lo tienes a bien, escuches esa canción extraordinaria en una voz prodigiosa: Ne me quitte pas, por Silvia Pérez Cruz.

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