Hay vidas con una
experiencia tan rica y hasta apasionante que no pueden por menos de ser
envidiables. En pocos días he leído breves semblanzas de dos mujeres:
Dacia Maraini y Jon Morris, que me han cautivado y entrado deseos de
leer algunos de sus libros.
La primera, Dacia Maraini, sostiene
que “el ser humano no escapa a la naturaleza del mal”, y como ella lo ha
sufrido en sus carnes sabe de qué habla, porque de siete a nueve años
estuvo en un campo de concentración japonés, años 1943 y 1944, un
período al borde de la muerte, por lo que no es de extrañar que no haya
día, y ha cumplido ya los 80, que no se vaya a la cama sin que esa
imagen de incertidumbre límite le ronde de manera insistente e
inmisericorde. Me entero de que fue la compañera de Alberto Moravia a
quien leí con placer hace años, que estuvo presa con sus padres en un
campo de concentración y que al salir de allí el médico que la vio
certificó que tenía el corazón “del color de una berenjena, oscuro,
lúgubre, como un agujero negro, surgido del dolor”. En su paso por
Bilbao ha aprovechado para decir, ante la pregunta de por qué vienen
muchos inmigrantes musulmanes a Europa, que buscan la paz, el progreso y
la libertad y denunciar, una vez más, el maltrato a las mujeres:
“Históricamente, ha dicho, al hombre se le ha considerado el jefe de la
familia, y la mujer y sus hijos eran de su propiedad. Cuando esta
propiedad se disgrega entra en crisis y esa persona puede convertirse en
asesina. Este sentimiento de propiedad debe ser educado, sublimado. La
única solución para mí es la sublimación, el ser conscientes de eso y la
responsabilidad. No se posee un ser humano”.
Gracias, Dacia Maraini, por esas palabras y por seguir sonriendo de esa forma tan dulce a la vida.
La segunda, Jan Morris, tiene 89 años, es autora de medio centenar de
libros, acaba de publicar en España, “Manhattan 45” del que dice Jacinto
Antón que es “un libro curioso: elegíaco y a la vez alegre, chispeante y
vital, lleno de información y anécdotas deliciosas e inolvidables.
Nacido de la historia, de la memoria y de la imaginación. Divertido y
melancólico, excitante y de una nostalgia apesadumbrada, todo digno de
aquel otro Manhattan, el filme de Woody Allen (“una obra maestra y la
obra de arte más fiel a la isla que conozco”, dice Morris). Y sigue
escribiendo.
Ahora, fugaces aspectos de una vida de gran interés y
que merece, lógicamente, un profundo respeto y admiración, por mi parte:
Fue soldado, aventurero, periodista, historiador, esposo y padre de
cinco hijos hasta que a los 47 años decidió asumir plenamente su
identidad de mujer, con el consentimiento total de su esposa Elizabeth,
de la que tuvo que divorciarse de manera forzada, para volver a casarse
hace apenas ocho años, de nuevo, con Elizabeth. Tuvo que realizar el
cambio de sexo en Casablanca, ya que los médicos británicos le
desaconsejaban hacerlo mientras no rompiera la relación con su pareja.
Relataría estas experiencias en un libro autobiográfico: Conundrum (El
enigma, 1974). “La visita a Casablanca, escribió, fue como la visita a
un mago. Yo me veía como un personaje de cuento de hadas a punto de ser
transformado. ¿De pato a cisne? ¿De sapo a príncipe? Era más mágico que
cualquiera de aquellas transformaciones, me respondí: de hombre a mujer.
Ésa era la última ciudad que vería como hombre”.
A lo largo de su
vida ha sido una importante escritora viajera y cronista inigualable
cuando era hombre y ya de mujer. Hong Kong, Londres, Sidney, Nueva York,
Venecia, Trieste: que para ella es el mejor, son las ciudades que ha
reflejado con su pluma.
Gracias, Jan Morris, antes James Morris, por
tu vitalidad, sentido del humor y haberte lanzado a la aventura
extraordinaria de encontrarte contigo misma, gracias y enhorabuena.
Libros de Dacia Maraini: Memorias de una ladrona, La larga vida de Marianna Ucría, El tren de la última noche.
Libros de Jan Morris: Manhattan 45, La casa de una escritora en Gales, Un mundo escrito, El Imperio veneciano.
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