miércoles, 22 de mayo de 2013

LAS LÁGRIMAS DE SAN LORENZO, de Julio Llamazares






Nos atrapó a muchos lectores, hace 25 años, con  La lluvia amarilla, y por eso le hemos ido siguiendo la pista, siendo fieles, como ahora que acaba de publicar Las lágrimas de San Lorenzo y no podemos sino volver a paladear la prosa excelente de este magnífico escritor, Julio Llamazares, (Vegamián, León, 1955).

«Cada vez me siento más extranjero en mi propio país y en todos los sitios. La memoria es la única patria de las personas que, como yo, hemos renunciado a todas», afirmaba Llamazares en una entrevista con Efe, idea que aparece en la novela, y de nuevo  vuelve sobre sus temas predilectos: «el enfrentamiento entre la memoria y el olvido y el efecto destructor del tiempo». Y será la fugacidad del tiempo precisamente el eje central de esta obra que «habla de cómo las personas somos estrellas fugaces que pasamos por la vida y que desaparecemos dejando un mínimo rastro en la mirada de los que nos siguen recordando”.  A pesar de todo “nadie muere mientras lo recuerdan”, pensamiento del que estoy convencido desde hace mucho tiempo y me es muy querido, o esta otra idea que se lee en una de sus páginas: “Lo único que no desaparecerá es el tiempo. Ni nuestros hijos, ni nuestros sueños, ni nuestras creaciones reales o imaginarias: nada sobrevivirá a la muerte, tan solo el tiempo del que se alimenta ésta. Como las generaciones de las hojas, (que nos recuerda a Homero, a quien cita en otras páginas) la de los hombres también seguirán pasando y su breve luz vital se disolverá en la noche perpetua, esa que no se acaba jamás, hasta que la última haya desaparecido del mundo. Y entonces sólo quedará el silencio”.

El narrador, profesor de universidad de lengua y literatura evoca la noche con su padre, la noche con sus amigos de Ibiza, donde también hacían confesiones y nos describe de forma detallada la noche de San Lorenzo con su hijo viendo las estrellas igualmente,  recordando gran parte de su vida y desnudándose ante el hijo en la misma isla que para el protagonista es lo más parecido al paraíso. Padre e hijo se hacen las confidencias más personales, los dos se vuelven a encontrar, a reconocer y a querer, como lo hiciera él mismo con  su padre y tal vez éste con su abuelo, la rueda de la vida.  Durante esa noche acuden a su mente el recuerdo del pasado y va repasando lo que han sido paraísos o infiernos en su vida. Porque de recuperar el tiempo perdido se trata también en esta novela. Y ya cumplidos los 50 se va dando cuenta de que adquieren una importancia capital el pasado y el futuro, algo desconocido en la infancia y adolescencia, el pasado porque va engrosando y el futuro, que como dice Caballero Bonald, va adelgazándose con la edad.

«Escribo para hacer pensar. La literatura tiene que dar calambre y conmover al lector. Y, como el arte, te tiene que provocar un chispazo que remueva algo dentro de ti», asegura este autor, y en verdad nos hace pensar, nos conmueve y provoca muchos chispazos que nos remuevan por dentro. Con su prosa característica, limpia, poética y evocativa nos va contando su filosofía de vida, que nos aleja del puro y escueto divertimento.

De la misma forma que en La lluvia amarilla nos volvemos a encontrar con una novela corta y que yo me atrevo a considerar, a ambas, como dos entrañables pequeñas obras de arte, que merecen ser leídas y releídas. Queda dicho, muy recomendable y que se lee de un tirón, aun cuando yo nunca creo haber leído un libro de un tirón, no es mi costumbre, porque me gusta parar, deleitarme, darme tiempo a saborear y pensar y cuando voy terminando ralentizo más la lectura, y ya  he dicho alguna vez que aunque se trate de novelas me gusta subrayar aquello que merece más la pena para volver sobre las perlas descubiertas.

De esta novela esto han dicho algunos críticos:
«Julio Llamazares ha vuelto a ser el magnífico escritor de Luna de lobos y La lluvia amarilla.» J. M. POZUELO YVANCOS, ABC Cultural
«Esta hermosa y conmovedora novela es una elegía a las lágrimas de la humanidad.» J. ERNESTO AYALA-DIP, Babelia - EL PAÍS

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