El presente:
¡ay!, en el rosto invisible de esa mujer, que supone llevar una cárcel aprisionando
y ocultando el propio cuerpo. ¿Él, con largas barbas de chivo, va tirando de
una gruesa cuerda de ella, como si de una bestia de carga se tratara?, parece
que sí, y no es de extrañar, porque así están las cosas en Afganistán, tierra
de talibanes, que duele hasta los tuétanos del alma.
El futuro:
¡ah, qué alivio!, esperemos que sin vuelta atrás, aunque con la mirada un tanto
hosca y extrañada, ¿cómo no estarlo? Los niños son una esponja, dice la
psicología y la voz antigua de la tierra, con todos los sentidos, más el de su
frescura, abiertos de par en par en su primera rebeldía contra ese mundo que no
quisieran jamás para nadie, porque no soportan no ver los ojos de los otros, y
lo más terrible de este mundo no ver los de tu misma madre para decirla: mama,
teta, y regalarle una sonrisa.
Quiero creer que los días de ese presente negro, carcelario y macabro
están contados y que las avenidas del futuro serán tan amplias como el
horizonte y luminosas como este cielo despejado que contemplo desde mi ventana.
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