viernes, 19 de octubre de 2012

EL DOLOR, ESE MONSTRUO DE MIL CABEZAS Y CIEN MIL PIES




Breve crónica de una estancia en el Hospital

Algo así, un monstruo de mil cabezas y cien mil pies que te merma, te anonada, anula tus facultades más queridas y te hace un ovillo en tu ovillo, de suyo, pequeño e insignificante.

Esto es una jungla, como cualquier otro espacio humano, por otra parte, van y vienen, vienen y van, con sus carros llenos de instrumental sanitario, unos; pacientes con dolores más o menos inaguantables, otros; algunos camilleros que no te dicen ni los buenos días, te dejan, sin desearte buena suerte ni un simple adiós, ni si vendrá alguien a recogerte y tú en pijama de fina tela en medio del pasillo con corrientes de aire frío; enfermeras, y personal en general, serviciales y buenos profesionales, con cierto aire de cansancio en la mirada a través de la cual se percibe la crisis económica y los recortes que sufren, no me canso de darles las gracias por todo cuanto hacen, me hacen, qué menos; doctores que te ven y te tocan lo imprescindible, pero no te miran y apenas si te escuchan, con lo importante es que te miren, te observen, te traten con el calor humano y cercano de los antiguos médicos de gran saber y sobre  todo de mucha experiencia y humanidad, o como enseña en nuestros días el sabio y gran humanista doctor Fuster; bastante mal organizado y peor coordinado, sin tener que hablar de puentes y fines de semana que se vive y se sufre un vacío absurdo e inexplicable. Qué pena me dio mi joven tocayo de habitación que las pasó canutas por no decir putas, tomándose los doce sobres reglamentarios como preparación para su operación de una fístula, a quien vi ir corriendo al baño no menos de 25 veces, 25, y regresar otras 25 derrengado el día anterior y cuando ya tenía la bata, y no precisamente de cola, rasurado a la perfección y con el ánimo suficiente para pasar el calvario le anuncian que se han suspendido las operaciones quirúrgicas por huelga de las enfermeras. Eso no se hace, coño, eso se coordina y se organiza mejor, sabiendo de antemano, como se sabe, el devenir de las huelgas laborales a las que todo trabajador tiene derecho.

A mí me ha tocado el dolor que no se sabe de dónde viene y a dónde infiernos va, pero no se va y solo a base de calmantes se le despista, cuando se le despista, porque insiste y embiste como toro embravecido, y baila un baile curioso que va del alto vientre a la boca del estómago, pasando por la cintura y la espalda, un dos tres, un dos tres,  repitiéndose hasta el infinito de la hartura. Y te pasas de prueba en prueba las horas y los días, hasta quince  días (15) y hoy me han dado el alta de fin semana, como en la mili, para regresar de nuevo el lunes en donde me espera la misma cama, algo es algo.

Tan ensimismado he estado en mis dolores, ay, que no me he asomado a la ventana a ver el cielo y las nubes volando tras las grandes cristaleras hasta el séptimo día, incomprensible para un amante apasionado de las ventanas.

Algunos días en ayunas y el resto a base de manzanilla y caldos pasados por agua, pero que se agradecen, hasta comer como un cristiano, casi normal, aunque la merluza es tan congelada que ese mismo cristiano no pueda con ella, a pesar de lo cual  te das cuenta de lo importante que es hacer cuatro o cinco comidas diarias para cortar el tiempo y darle gusto a los sentidos, como lo grave y terrible de los millones de seres humanos que solo hacen una comida al día y mala, trágico.

Algunas noches en vela porque el dolor no cede y los calmantes, ya digo, no calman.  Qué larga se hace la noche con los dolores a cuestas y qué largos los días con la monotonía gris de la paciencia y la impaciencia, sin ganas de leer, ni ver la tele, ni escribir, ni pasear, solo esperando los resultados de las mil y una pruebas que tardan en llegar y en ser descifradas.

Pues bien, resultado final: el estómago un pelín averiado, debe de ser de nacimiento, que nadie piense que uno es un crápula y se ha pasado la vida en comilonas, botellones y francachelas. Más bien lo contrario, lo que no obsta para que más de un día nos hayamos pasado de la raya, ¿quién se atreve a tirar la piedra?, que uno no nació para ser un ermitaño. El resto de las múltiples pruebas da bien. Gracias.

Queda disfrutar de este fin de semana, como un príncipe, en casa, que con nuestro poeta Jorge Guillén diremos convencidos que “como en casa, en ninguna parte”. Y a esperar al lunes a más pruebas.

4 comentarios:

El pastor de... dijo...

Tú sin asomarte a las ventanas y otros asomándose todas las horas de todos los días esperando ver una luz y nada, ni por esas.
Bueno, que te estás rejuveneciendo. Hace un rato permiso de sábado a lunes y ahora, gracias al progreso, de viernes a lunes.
Dolores, dolores, ¿y qué? Eso en “na” solo será un mal recuerdo, los que vamos delante sabemos un poco. Verás: dolores inaguantables, hasta que te ponen delante de la máquina oportuna y te dicen… ¡pero hombre, tiene usted piedras en la vesícula desde hace muchos años! Después te hacen un agujerito, por el meten no sé qué, te sacan el aparato estropeado y dices: ¡joder que piedras! Entonces te las ponen en un frasco y te las llevas para casa porque ¡hay que joderse que piedras! Y a los 14 años del evento pues aquí seguimos dándole caña.
De todo lo demás ya hablaremos con más calma.
Un abrazo, hasta pronto y no olvide asomarte a la ventana

jubilación viene de júbilo dijo...

Ángel, como ya entiendes de casi todo pues, ¡qué voy a decir!. Que no te duela mucho más ni muchas veces más. Que te rías desde dentro y que puedas hacer el esfuerzo de abrir las ventanas.
De la otra paret, como dice el pastor, ya sabes que te entiendo.

Luis del Pozo dijo...

Bunos días, Ángel,aún las pruebas no han encontrado la causa de tus dolores, pero lo que sí está muy claro es que de paciencia y ánimo estás bién dotado, dos virtudes capaces de superar cualquier dolencia..Ánimo y un fuerte abrazo!
Nanete y Tere

ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ dijo...

Gracias amigos, también tuve unas piedras, nada preciosas, querido Pastor, hace tiempo, en la vexícula, que me extirparon... y estos malditos fuegos de San Antonio se irán, espero que se vayan pronto.
Un abrazo