Breve
crónica de una estancia en el Hospital
Algo
así, un monstruo de mil cabezas y cien mil pies que te merma, te anonada, anula
tus facultades más queridas y te hace un ovillo en tu ovillo, de suyo, pequeño
e insignificante.
Esto
es una jungla, como cualquier otro espacio humano, por otra parte, van y
vienen, vienen y van, con sus carros llenos de instrumental sanitario, unos; pacientes
con dolores más o menos inaguantables, otros; algunos camilleros que no te dicen
ni los buenos días, te dejan, sin desearte buena suerte ni un simple adiós, ni
si vendrá alguien a recogerte y tú en pijama de fina tela en medio del pasillo
con corrientes de aire frío; enfermeras, y personal en general, serviciales y
buenos profesionales, con cierto aire de cansancio en la mirada a través de la
cual se percibe la crisis económica y los recortes que sufren, no me canso de
darles las gracias por todo cuanto hacen, me hacen, qué menos; doctores que te
ven y te tocan lo imprescindible, pero no te miran y apenas si te escuchan, con
lo importante es que te miren, te observen, te traten con el calor humano y
cercano de los antiguos médicos de gran saber y sobre todo de mucha experiencia y humanidad, o como
enseña en nuestros días el sabio y gran humanista doctor Fuster; bastante mal
organizado y peor coordinado, sin tener que hablar de puentes y fines de semana
que se vive y se sufre un vacío absurdo e inexplicable. Qué pena me dio mi
joven tocayo de habitación que las pasó canutas por no decir putas, tomándose
los doce sobres reglamentarios como preparación para su operación de una
fístula, a quien vi ir corriendo al baño no menos de 25 veces, 25, y regresar
otras 25 derrengado el día anterior y cuando ya tenía la bata, y no
precisamente de cola, rasurado a la perfección y con el ánimo suficiente para
pasar el calvario le anuncian que se han suspendido las operaciones quirúrgicas
por huelga de las enfermeras. Eso no se hace, coño, eso se coordina y se organiza
mejor, sabiendo de antemano, como se sabe, el devenir de las huelgas laborales
a las que todo trabajador tiene derecho.
A
mí me ha tocado el dolor que no se sabe de dónde viene y a dónde infiernos va,
pero no se va y solo a base de calmantes se le
despista, cuando se le despista, porque insiste y embiste como toro embravecido,
y baila un baile curioso que va del alto vientre a la boca del estómago,
pasando por la cintura y la espalda, un dos tres, un dos tres, repitiéndose hasta el infinito de la hartura.
Y te pasas de prueba en prueba las horas y los días, hasta quince días (15) y hoy me han dado el alta de fin
semana, como en la mili, para regresar de nuevo el lunes en donde me espera la misma
cama, algo es algo.
Tan
ensimismado he estado en mis dolores, ay, que no me he asomado a la ventana a
ver el cielo y las nubes volando tras las grandes cristaleras hasta el séptimo
día, incomprensible para un amante apasionado de las ventanas.
Algunos
días en ayunas y el resto a base de manzanilla y caldos pasados por agua, pero
que se agradecen, hasta comer como un cristiano, casi normal, aunque la merluza
es tan congelada que ese mismo cristiano no pueda con ella, a pesar de lo cual te das cuenta de lo importante que es hacer
cuatro o cinco comidas diarias para cortar el tiempo y darle gusto a los
sentidos, como lo grave y terrible de los millones de seres humanos que solo
hacen una comida al día y mala, trágico.
Algunas
noches en vela porque el dolor no cede y los calmantes, ya digo, no
calman. Qué larga se hace la noche con
los dolores a cuestas y qué largos los días con la monotonía gris de la
paciencia y la impaciencia, sin ganas de leer, ni ver la tele, ni escribir, ni
pasear, solo esperando los resultados de las mil y una pruebas que tardan en
llegar y en ser descifradas.
Pues
bien, resultado final: el estómago un pelín averiado, debe de ser de
nacimiento, que nadie piense que uno es un crápula y se ha pasado la vida en
comilonas, botellones y francachelas. Más bien lo contrario, lo que no obsta
para que más de un día nos hayamos pasado de la raya, ¿quién se atreve a tirar
la piedra?, que uno no nació para ser un ermitaño. El resto de las múltiples pruebas
da bien. Gracias.
Queda
disfrutar de este fin de semana, como un príncipe, en casa, que con nuestro poeta
Jorge Guillén diremos convencidos que “como en casa, en ninguna parte”. Y a esperar
al lunes a más pruebas.
4 comentarios:
Tú sin asomarte a las ventanas y otros asomándose todas las horas de todos los días esperando ver una luz y nada, ni por esas.
Bueno, que te estás rejuveneciendo. Hace un rato permiso de sábado a lunes y ahora, gracias al progreso, de viernes a lunes.
Dolores, dolores, ¿y qué? Eso en “na” solo será un mal recuerdo, los que vamos delante sabemos un poco. Verás: dolores inaguantables, hasta que te ponen delante de la máquina oportuna y te dicen… ¡pero hombre, tiene usted piedras en la vesícula desde hace muchos años! Después te hacen un agujerito, por el meten no sé qué, te sacan el aparato estropeado y dices: ¡joder que piedras! Entonces te las ponen en un frasco y te las llevas para casa porque ¡hay que joderse que piedras! Y a los 14 años del evento pues aquí seguimos dándole caña.
De todo lo demás ya hablaremos con más calma.
Un abrazo, hasta pronto y no olvide asomarte a la ventana
Ángel, como ya entiendes de casi todo pues, ¡qué voy a decir!. Que no te duela mucho más ni muchas veces más. Que te rías desde dentro y que puedas hacer el esfuerzo de abrir las ventanas.
De la otra paret, como dice el pastor, ya sabes que te entiendo.
Bunos días, Ángel,aún las pruebas no han encontrado la causa de tus dolores, pero lo que sí está muy claro es que de paciencia y ánimo estás bién dotado, dos virtudes capaces de superar cualquier dolencia..Ánimo y un fuerte abrazo!
Nanete y Tere
Gracias amigos, también tuve unas piedras, nada preciosas, querido Pastor, hace tiempo, en la vexícula, que me extirparon... y estos malditos fuegos de San Antonio se irán, espero que se vayan pronto.
Un abrazo
Publicar un comentario