domingo, 10 de julio de 2011

LAS PALABRAS CURAN


Me retracto de lo que tantas veces he dicho sobre las conversaciones sobre enfermedades en todo tiempo y lugar. Aunque quizá no del todo, porque cuando vas con algún problema a alguien o le cuentas lo mal que lo estás pasando y sin dejarte hablar te suelta sus muchos milagros, éxitos y hasta una larga ristra de enfermedades para no ser menos, te dan ganas de tirar por la calle de en medio y dejarle con la palabra en la boca, porque lo mínimo que querías era que te escuchara y no se mirara y regocijara tanto en su ombligo.

Pero leyendo un excelente artículo de Vicente Verdú doy marcha atrás para coger el tema desde otro lado más positivo, que no sea ni la simple queja por los que nos hablan de sus cosas y dolencias ni el hecho de dejarnos tan fácilmente llevar pendiente abajo por lo mal que nos va la vida con sus operaciones quirúrgicas, enfermedades y quebrantos de todo tipo, porque como bien dice Verdú, el intercambio de experiencias de enfermos tiene un cierto valor curativo con la capacidad de amortiguar el dolor al constatar la fragilidad de la que estamos amasados. Es el valor de la confesión al otro cuando te escucha, te entiende y no se escandaliza porque él manifiesta a su vez que está hecho de los mismos materiales y acaso ha pasado por los mismos avatares. “Más que las yerbas o los ungüentos, más que los frascos o las inyecciones, es la gente quien cura a la gente”.

Todos podríamos elaborar un buen listado de las palabras que a lo largo de nuestra vida nos han curado. Yo lo he hecho bajo el título Las palabras que me han curado y me ha salido una lista comentada de más de 200 folios, dejándome llevar del valor, la fuerza y la magia de las palabras.

Comenta el escritor y periodista a quien estoy citando el testimonio de una persona centenaria a la que preguntaban en Radio Nacional a qué atribuía su larga supervivencia y respondía solo esto: “Al buen rollo con los demás. Soy una persona de carácter, pero lo guardo para mí. Para los demás reservo el cariño y la benevolencia común”, que me imagino que colorea con la mejor de la conversación y las palabras más entrañables, aquellas que son capaces de aliviar y curar. Se dice que la enfermedad de nuestro tiempo es la soledad, aunque yo diría que ha sido enfermedad de siempre y por ello el ser humano ha estimado tanto, desde la prehistoria, hacer corro, buscar cobijo y una hoguera colectiva para echar fuera el frío, el individualismo y la soledad, amigos inseparables de hondo malestar que suele acabar en enfermedad.

Los enfermos hablan entre sí es el título del artículo de Vicente Verdú, y no seré yo quien vuelva a criticar esa que yo llamaba manía de hablar tanto de las dolencias, enfermedades, sin que nadie te preguntara o nada más escuchar a alguien quejarse de su vida y sus circunstancias, comenzar a largar y largar con las tuyas, porque ¿de qué va a hablar quien lleva a cuestas tanta carga de dolor?, aunque digamos alegremente que la procesión es mejor que vaya por dentro y que no nos den tanto la vara.

Está claro que enfermos y no enfermos hablamos entre sí porque encontramos remedio o al menos alivio a nuestro malestar, y está muy claro que las palabras, cuando se tiene buen rollo con los demás, curan.

1 comentario:

El pastor de... dijo...

Yo, que debo ser un bicho raro, digo: las palabras no curan, las palabras evitan, posiblemente, las peores enfermedades. Que cada uno piense en una de ellas ¿cuál es la tuya?

A mí solo me hace más llevaderas las mías una mirada, un beso, una caricia...buenas noches y buenos días AMOR.

Un abrazo.