domingo, 5 de junio de 2011

¿CARACOL O ROSAL?


Y DE PASO PERDER EL MIEDO A LOS CLÁSICOS

El cuento de Andersen, El caracol y el rosal, que está considerado, como la mayoría de los relatos del escritor danés, como un texto de un clasicismo modélico, no quiere decir que no se le pueda dar la vuelta y que entrañe otras lecturas diametralmente opuestas, si hacemos caso al lema que aprendí del gran escritor gallego, Torrente Ballester, sobre la necesidad de perder el miedo a los clásicos, buen método para seguir creando y continuar explicando la vida desde puntos de vista diferentes.

Andersen, en el prodigioso diálogo del caracol y el rosal apuesta por este en cuanto que ofrece al mundo su belleza envidiable siendo ejemplo magnífico de su generosidad sin preguntarse por las últimas razones de su existencia y su esplendor, estando satisfecho de ser así, sin más, mientras que el caracol no hace más que filosofar sobre la vida y sus entresijos, encerrado en sí mismo, en su concha petrificada, y olvidándose de todo lo que existe a su alrededor. Puestas así las cosas, hasta el rosal, de la mano del escritor, se atreve a denostar la actitud del caracol alardeando de su magnanimidad y su hermosura, aun después de muerto, cuando alguien guarda sus flores secas en algún libro.

¿Qué hemos conseguido, con el mayor de los respetos, mi querido Andersen? ¿Que odiemos al caracol, por inútil, filósofo trasnochado, al margen del mundo, de la vida y sus rincones, encerrado en sus egoístas pensamientos y devaneos y nos enamoremos perdidamente del rosal y su belleza? ¿No hubiera sido, tal vez, otro punto de vista de conocimiento más a fondo de los seres para valorar su grandeza sin rivalidad y confrontación estéril? ¿Porque, a no ser que tiremos por la calle fácil de la superficialidad de las cosas, quién nos ha dicho que el caracol, pobrecillo, está encerrado en sí mismo y despreciando a todo cuanto le rodea?

Y uno, tratando de acercarse sin prejuicios y movido por la curiosidad y el deseo de saber un pelín más, encuentra los siguientes valores tanto en el rosal como en el caracol, pero fijémonos en este para deleite, aprecio y admiración, ensimismados ante un ser espléndido en su estructura y en la gran estima que le tiene la gastronomía, por poner sobre la mesa únicamente dos aspectos.

Ven conmigo y descubre lo siguiente de la mano de la ciencia, la historia y la gastronomía:

Los caracoles se mueven con lentitud. Producen mucus para ayudarse en la locomoción reduciendo la fricción y permitiéndoles el desplazamiento por zonas de elevada pendiente debido a la untuosidad del mismo. Esta mucosidad contribuye a su regulación térmica; también reduce el riesgo del caracol ante las heridas y las agresiones externas, principalmente bacterianas y fúngicas, y los ayuda a mantenerse lejos de insectos potencialmente peligrosos como las hormigas.
Cuando se retraen en su concha, segregan un tipo especial de mucosidad para cubrir la entrada de su caparazón con una estructura llamada opérculo. El opérculo de algunos caracoles tiene un olor agradable cuando se quema, por eso a veces se usa como un constituyente del incienso.
Los caracoles son hermafroditas, producen tanto espermatozoides como óvulos. Deben acoplarse porque no pueden autofecundarse. La cópula se hace generalmente de noche y dura de promedio entre 4 y 7 horas.
La antigüedad del caracol en la dieta humana se remonta a la Edad del Bronce, al menos 1800 a. C., basándose en fósiles encontrados. Pero parece ser que fueron los romanos los que explotaron sus propiedades alimenticias llegando incluso a crear lugares para criarlos. Plinio el Viejo dejó escrito que Fulvius Hirpinus instaló una granja para la cría de caracoles en Tarquinia, sobre el año 50 a. C. Los romanos consumían a los caracoles no solo como alimento sino que suponían que era un remedio eficaz para enfermedades del estómago y de las vías respiratorias como dejó constancia Plinio el Viejo.
El caracol terrestre forma parte de la cocina mediterránea, especialmente la española y francesa, como uno de los manjares más exquisitos. También cabe destacar que al margen de estas cocinas el consumo del caracol se considera un uso culinario extraño, especialmente en la cocina estadounidense y se equipara a consumir una babosa, puesto que el caracol es precisamente eso, solo que posee una concha propia. Suele cocinarse al hervor y servirse acompañado de diversas salsas, aderezadas con hierbabuena. Wikipedia


¿Ignoraba todo esto el gran escritor danés? Si es así, una pena, porque influyó en demasiadas generaciones para tener una visión en exceso negativa, miope e injusta del pobre caracol, y si lo sabía, ¿por qué diablos se empecinó en obligarnos a esa lectura superficial de los seres y las cosas? Seguro que si hubiera podido leer el precioso poema de Federico García Lorca, Los encuentros de un caracol aventurero, que te recomiendo su lectura, nos hubiera regalado otro relato no menos precioso y mucho más atinado, desde luego.

Nota: Debo manifestar que, después de leer El caracol y el rosal, se lo leí a mis alumnos del taller de creación literaria y a un grupo de personas mayores de una Residencia de Ancianos, porque me parece un gran relato, lo que no quiere decir que posteriormente estuviera obligado a abstenerme de una mirada crítica sin pensar en otras posibles lecturas, que son las que he explicado y que trataré de exponer en su momento a los dos colectivos anteriores. Si estás interesado en leer el cuento de Andersen puedes hacerlo a través de Google.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muchas gracias en su nombre.

Microrrelato "Los caracoles":

Cuando Helena tuvo dinero se compró las fases de la luna. A la semana siguiente se le murieron todos los caracoles de su huerto.
Gloria Rivas.