domingo, 8 de agosto de 2010

LUIS ROSALES, UN CLÁSICO


Es bueno cualquier motivo para bañarse en poesía, una tarde de verano a la sombra o una mañana de duro invierno al calor, mejor si es de chimenea, o como en este caso por la celebración del centenario del nacimiento de uno de los grandes poetas de la Generación del 36, Luis Rosales, que con la publicación de La casa encendida y otros muchos poemas, incendió la visión de todos los amantes de la poesía. Cargó con una injusta sombra tras la muerte de Lorca durante largos años, a quien defendió con gran riesgo de su vida, pero al final, menos mal, queda una vida para recordar y una obra ya clásica que corta el aliento por su ingenio, por su forma de utilizar los adjetivos y algunos adverbios desusados, por la invención de las palabras y una atmósfera entre la realidad y el ensueño además de maestro de la imagen, de la precisión y de la hondura emocionada o la intensidad emotiva que cobra en muchos de sus poemas el lenguaje coloquial, como han visto poetas posteriores y críticos que lo han admirado.

De toda la Generación del 36: Miguel Hernández, Luis Rosales, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo, he frecuentado más que al resto a Miguel Hernández, por ello celebro que con cualquier motivo podamos leer y disfrutar de algunos poemas, al menos, de quienes ya son clásicos y por ello enormes poetas.
Doy paso a una brevísima antología:
La forma coloquial adquiere al final de la estrofa una hondura existencial inesperada que adquiere por ello una fuerza increíble:

Sí, señor, así fue,
aún me dura la humillación, el uniforme era tan largo en mi cuerpo de niño como si
me vistiera con la guerra civil,
y cuando todo estaba terminado me puse en la
cabeza un sombrero de niña y aquel sombrero era la muerte de mis padre
s.

De igual forma en la estrofa siguiente que da fuerza al final del poema y sentido a todo el poemario: la casa encendida:

-«Buenas noches, don Luis» -dice el sereno,
y al mirar hacia arriba,
vi iluminadas, obradoras, radiantes, estelares,
las ventanas,
-sí, todas las ventanas-,
Gracias, Señor, la casa está encendida.


Y llegamos al fondo de la comunicación con un breve exordio que nos pone en tensión de escucha activa, porque la conclusión, a la que nos va a llevar de la mano, es trascendental: el dolor un viaje que nos acerca, nos iguala y nos cambia la piel y las entretelas:

Ahora que estamos juntos
ahora que ha vuelto la inocencia,
y la disposición visceral de estas paredes,
ahora que todo está en la mano,
quiero deciros algo, quiero deciros algo.
El dolor es un largo viaje,
es un largo viaje que nos acerca siempre,
que nos conduce hacia el país donde todos los hombres son iguales, …
y yo quiero deciros que el dolor es un don
porque nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo hombre.


Hay dos partes bien diferenciadas en su autobiografía, un poema breve, pero de una enorme dimensión, la primera de una gran belleza, el autor como un náufrago que va contando las olas, hasta detenerse en su infancia, siempre el niño que fuimos y que nunca muere porque regresa siempre, o es que nunca se fue del todo, y la segunda el final triste de haber acertado en todo menos en lo esencial: en las cosas que más quería, ¡ay!:

Autobiografía

Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.


En las siguientes el tema central es el amor y habrá que detenerse, con un respirar profundo y volver a paladear las palabras, los versos, los conceptos… porque envuelven una carga afectiva, existencial y humana de una altura poética sublime, describiendo el amor en la edad de la plenitud; en la segunda nos topamos con tres versos antológicos sobre el origen de las caricias y cómo cuando se ama todo el cuerpo se convierte en labio, ¡inmenso poeta!; y en la tercera toda ella es una lluvia bellísima de imágenes, ¡puro amor, pura poesía!

A mí me gusta
tu tos,
es lo más tuyo, y me parece ahora
mismo que he vuelto a oír en la alameda última,
igual que un trapo atado se rasga con el viento,
su estrangulada y ronca iniciación de lluvia.

Las caricias vienen del origen de mundo,
ya que cuando se ama
todo el cuerpo termina siendo labio.

Ese asombro que siento junto a ti
ya no es vivir sino velar tu cuerpo…
tus palabras eran de lluvia,
y
sin embargo
en ellas pude ver hasta la sombra de tus huesos…
como la ausencia en un cristal que no se empaña
estoy viendo tus ojos cuando cierro los míos.


Quiero terminar este veloz viaje por la poesía de Luis Rosales con dos versos que van al corazón del escritor poeta:

Para que no se desvanezca todo necesito escribirlo,
y aprender a vivir en la nueva frontera.


Y efectivamente, lo ha conseguido, no se ha desvanecido todo y mucho de ese todo vive eternamente en la memoria de sus lectores. Hoy en nosotros, sin ir más lejos. ¿Es ésta la nueva frontera?

3 comentarios:

Xoán González dijo...

Conocí a Luis Rosales, antes que como poeta, como amigo de Lorca... y tal vez un poco inmmerecidamente eclipsado por éste. Me alegro de que le hayas elegido en tu blog y le hayas sacado un poco el polvo de la historia (al menos para mí). Gracias una vez más.

Hutch dijo...

Bonita, sabia e inesperada remembranza. De esa generación que citas, reivindico a su gran amigo, el poeta astorgano Leoplodo Panero. Saludos.

ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ dijo...

Gracias amigos y fieles seguidores. Me alegro de haber acertado en la elección. Es justo y agradable airear y volver a los clásicos, y Luis Rosales además de gran poeta es ya un clásico.