sábado, 2 de enero de 2010

EL CONCIERTO DEL AÑO NUEVO

En casa somos adictos al Concierto del Año Nuevo. Este año, al disfrute de siempre: escuchar una buena música de las manos de una impresionante orquesta, la Filarmónica de Viena, se le han unido otros como poder presenciar y admirar la batuta del director, Georges Prêtre, con sus 85 años a cuestas, tan maravillosamente llevados, con un estilo entre pícaro, jovial y lúdico, o el ballet, un dechado de perfección, ritmo y belleza, de los bailarines, en primer lugar, pero también por la conjunción que suponía la puesta en escena y el vestuario, a cargo del modisto italiano, Valentino, manteniéndose fiel a su color predilecto, el rojo escarlata.
Todo un lujo para los sentidos: la magnífica sala decorada con 30.000 flores, el reportaje del Danubio, a la vez que se escuchaba el vals que lleva su nombre, los valses, las polcas y algunas novedades, el entusiasmo y vitalidad del director, la profesionalidad excelente de los músicos, los bailarines… Un gozoso espectáculo retransmitido por televisión en 72 países y seguido por más de 50 millones, en los que estábamos incluidos, mi mujer y yo, que uno no puede perderse para empezar, entre otras cosas, con buen pie, el nuevo año. Y de la multitud de ellas es ésta y no la menos importante: regalar todo un festín a los sentidos, a la mente y al corazón. Ahí es nada.
"Me gustaría brindar con todo el mundo con una copa de vino", dijo el maestro antes de comenzar el recital. "Que todos olviden la crisis y sus preocupaciones durante dos horas", era su objetivo. "No se trata de un concierto normal", dijo Georges Prêtre hace unos días. "Es una declaración de amor al mundo de dos horas". Y lo fue.
Algunos comentaristas calificaron el concierto de "uno de los más dinámicos de los últimos años".
Y, naturalmente, la batuta de Georges Prêtre, dicen las crónicas, puso en pie al auditorio de Viena. Ya lo sabes, y no me digas que no te lo he dicho: una cita obligada para el próximo 1 de enero.

No hay comentarios: