domingo, 15 de noviembre de 2009

TARDE DE TANGOS CON CARLOS MONTERO

Desde que tuve la suerte de conocer al extraordinario guitarrista y cantor de tangos, Carlos Montero, hará ya cerca de veinte años, en actuaciones varias: en la Facultad de Letras, Urueña y Viana de Cega, me hice amante del tango (del fado poco después), pero principalmente del arte inconfundible de este inmenso artista, no lo suficientemente conocido como debiera. Esta tarde la he dedicado, parte de ella, a escuchar alguno de sus discos y sólo escuchar, nada de música de fondo, porque o estás a lo que estás o se te van lo sentidos y todas las facultades mentales a todos los rincones menos a lo que te habías programado. Y sólo así, saboreas, profundizas y entiendes al maestro Discépolo cuando definía el tango como un pensamiento triste que se baila y si pretendes adentrarte con aprovechamiento en la forma de cantar y de tocar la guitarra de Carlos Montero comprendes que Aute, cuando le conoció, llegó a decir que tocada la guitarra como a él le hubiera gustado hacerlo y por ello durante una larga época le haría los arreglos a muchas de sus canciones. Carlos Montero acaricia la letra y el sentido de cada tango, recita el poema como si te cantara al oído, como si te lo recitara cantando, sin levantar la voz, pero sí el alma desde la intensidad y la negrura de los versos que hablan de pérdidas y soledades, últimos cafés y olvido, amargos desencuentros, barrios de tango, rumores de milonga, luna y misterio, curdas de solos recuerdos, noches de fandango, canciones con ecos de funeral o de cómo el mundo fue y será una porquería ya lo sé...
Son tremendas las letras, desde luego, y los acordes de Carlos, dando densidad y perfecto acoplamiento al sentido y cada nota puede ser un lamento, una pirueta y hasta una leve carcajada, aunque casi siempre se queda en media sonrisa a caballo entre el recuerdo, el olvido y la nostalgia.
Me he detenido en un tango de Eladia Blázquez, famosa cantante argentina y compositora de tangos, esta vez con la voz y la guitarra de Carlos Montero. Es un bellísimo tango que lleva por título “A un semejante” y comienza con una estrofa trágica en formato de monólogo que un amigo cuenta a otro como un exabrupto quejumbroso ante un mundo sin sentido, la humanidad que se viene encima, y ya no podemos ni buscar a Dios porque se lo llevaron, gente sin piedad y sin corazón. La poetisa le hace preguntar al protagonista del poema:
¡Decí qué hacemos vos y yo en este mundo / sembrando amor en un desierto / tan estéril y tan muerto que no crece ya la flor!...
Parece como si la tierra se cerrara en una noche perpetua y la luz no asomara más, pero la poesía hace milagros y Eladia Blázquez, a quien se la ha comparado nada menos que con Discépolo, “aunque con faldas”, da un quiebro, busca la querencia y la complicidad entre los dos amigos,
vení, charlemos, sentate un poco / no ves que sos mi semejante, / a ver probemos, hermano loco, / salvar el alma cuanto antes, / y el amigo va a dar en el clavo encontrando respuesta a tanta amargura, tanto pesimismo, tanta salida falsa o callejón sin salida:
es un asombro sentir tu hombro / y es un milagro la ternura, / sentir tu mano fraternal, / saber que siempre para vos / el bien es bien y el mal es mal.
No se puede terminar mejor ni abrir de modo tan magistral la puerta a la esperanza de la mano de dos espléndidas y asombrosas realidades, por un lado, la amistad en ese “sentir tu hombro” y el milagro de la ternura y, del otro, el reconocimiento generoso y agradecido de conceder al amigo el don de un proceder ético: saber que el bien es bien y el mal es mal, tres comportamientos que me parecen imprescindibles en todo tiempo y lugar y en cualquiera de las circunstancias de la vida y que me acompañan como amigos inseparables: la amistad, la ternura y saber, o esforzarse en ello, que el bien es bien y el mal es mal.
Una hermosa tarde de tangos, ya digo, de la mano y de la maestría de Carlos Montero.

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