¿Te acuerdas del cielo que yo apuntaba y anotaba en mi cuaderno, hace unos días, sobre el cielo de la niña y la abuela en ambos columpios, ensimismadas y encieladas?
Pues lo mismo.
Es todo lo que se necesita en la vida, o poco más, si me apuras. El niño recibiendo el abrazo más cálido que pensarse pueda y la madre enganchada de por vida al abrazo más tierno con aires de infinito. O igualmente jugando en el suelo como dos colegas, el abuelo con muchos años y el bebé con pocos meses. Y colegas.
¿Crees en serio que puede haber en el mundo real e imaginario mayor plenitud de paraíso, ahora que sabemos que nunca existió el paraíso?
Pero para ello hay que saber recibir, aceptar, desearlo con la mayor intensidad de que se es capaz a los pocos años, y se es.
Y sobre todo encontrar que no hay mayor felicidad que ese abrazo, que ha sido necesario rebajarse, ponerse en cuclillas, a la altura de lo más frágil, de lo más débil, de lo más diminuto, un niño de dos años, que eso es lo que tendrá el niño de la imagen, a ojo de buen cubero. Y las madres lo saben, más y mejor que nadie, y lo encuentran.
Él a la altura de ella. Alcanzando la luna, los sueños, la piel de la madre y el corazón entero en sus manos.
Ella a la altura de él, dejando caer una lágrima y un suspiro, para estar en sintonía con su fragilidad junto a la inmensa felicidad que le arroba, al experimentar el gozo de dos corazones que laten con la mayor de las armonías.
Y lo mismo el abuelo y el bebé, a ras del suelo, gateando, aprendiendo, saboreando el dulzor de la vida, haciendo equilibrios uno y otro, uno porque no ha aprendido a andar y el otro porque de tanto andar no es que se la haya olvidado, es que los huesos se resienten y ya no son lo que eran, ay, y de ahí el bastón. Vivir esos instantes y tocarlos con las yemas de los dedos es estar tocando los mejores instantes de la dulce vida.
https://youtu.be/IzPjaX98NXc India Martínez y Jesús Reina - "Nana del caballo grande" Poema de García Lorca
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