martes, 28 de abril de 2015

CUANDO LOS PIES NO PISAN TIERRA FIRME


(Se me pasó este artículo que subí en su día a Facebook y, aunque ya no es noticia, me importa que tengáis en este rincón esta refl

exión mía)

Que suceda cualquier catástrofe en Nigeria, Yemen o Etiopía ¿a quién puede sorprender e importar a estas alturas del siglo XXI, posmoderno y supercivilizado? Apenas nada porque hay vidas de primera, segunda y tercera, sin nadie que lo remedie en el campo de la ética mundial que es poco estética y nada ética.
Pero cuando en un país del norte, Alemania para más señas, del primer mundo entre los primeros y más ricos y poderosos, un avión se lleva por delante 150 muertes, el mundo de todos los teletipos y canales televisivos mundiales tiembla y se desconcierta en sus análisis más superficiales o más o menos profundos, y los pies, al no pisar tierra firme, transmiten un temblor estremecido a todo el esqueleto que apenas sostiene un solo pensamiento. Fernando Aramburu, que vive allí y es buen observador y fino analista, dice que “Alemania atraviesa un período de placidez, arrullada por unos datos macroeconómicos dignos de figurar en un escaparate”, pero se pregunta a renglón seguido si debajo de esa realidad está todo podrido. Posiblemente no todo, pero probablemente demasiadas cantidades para salir airosos a la altura de lo que nos exige la vida como países modernos.
Por ello al ver en la página de la izquierda del artículo de Aramburu la viñeta de El Roto, nos obliga a seguir ahondando o avanzando que viene a ser similar tarea: “Las incertidumbres dan mucho miedo, y las certidumbres todavía más”. La debilidad de David con su honda y sus guijarros no es precisamente la mejor arma para ir a la guerra y lo correcto y más acertado es que tiemble de miedo y el pavor se apodere de él, pero el gigante que lleva dentro, por serlo, no se libera de que sus pies sean de polvo y barro.
Por ello, precisamente por ello, dan tanto miedo, a los que van por la vida llenos de incertidumbres, dudas y quebrantos, todos aquellos que, sin saber que sus pies son tan quebradizos, agigantan sus pechos y adornan sus vidas de certezas, dogmas y medallas que no son más que baratijas de hojalata y humo.
Solo veo una salida un tanto airosa que debe venir de lo mejor del saber y ser humanos: que los gigantes reconozcan quienes son en su desnudez más plena y los débiles y humillados de la tierra adquieran su dignidad y estén dispuestos a dar la mano a sus verdugos en el momento en que estos han dejado de utilizar todos los látigos.

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