sábado, 15 de noviembre de 2014

SÍ, PERO QUE NO NOS CIEGUE LA BELLEZA



Cuando conocí Córdoba quedé deslumbrado y más cuando de todas las ciudades españolas era una de las últimas en visitar. Esa ventana es una más de las miles que hay en esta bellísima ciudad. El embrujo del barrio judío con sus tabernas y bares de tapas; los patios en abril y mayo, unos de los mayores deleites para la vista, el olfato y la armonía; la mezquita, mal, muy mal llamada catedral, un prodigio de arquitectura árabe; las ruinas de Medina Zahara, otro portento de arte de la piedra aun en ruinas...
Córdaba, lejana y sola, no pude decir ese verso que le vino bien a Lorca para su magnífico poema y, con todos los respetos, cuando regresé a casa y me puse a escribir algo de lo sentido y pensado, dije para mis adentros: Córdoba, cercana, abierta y acompañada.
He recordado todo aquello en una estancia feliz entre amigos al ver esta ventana y, no sé por qué, me ha llevado a pensar que aun siendo un milagro de belleza y esplendor tiene un pero: la ventana es la ventana y sirve para lo que sirve, otro milagro en sí de belleza y esplendor y si se la ciega pierde todo su encanto, como cuando la belleza ciega otros dones prodigiosos también de la naturaleza. Algo así como si delante de la Gioconda nos colocan a tres modelos esculturales. Por ello prefiero contemplar en toda su magnificencia la hermosura de las flores y a la vez el espacio total de la ventana que me permite ver desde su puesto reducido los mayores espacios que pueda abarcar mi mirada de forma limpia y diáfana. Sí a las flores, sí a la belleza, sin que nos cierren ventanas y puertas al conocimiento, a la verdad y a la bondad, al saber más y a la inteligencia en todas sus posibilidades que son casi-casi infinitas.

1 comentario:

ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ dijo...

A todos cuantos os vais acercando a este rincón, bienvenidos. Gracias. Un abrazo de amistad