Foto: Mª J. Prieto
Quedó grabada al fuego de la amapola y nunca se me ha ido de la
memoria. Tendría no más de ocho años y mi hermano mayor, que le veíamos
cuando llegaba a casa de vacaciones, entonaba como si fuera, para mí sí,
grandísimo tenor, la famosa canción de J. M. Lacalle, que cantara por
primera vez el tenor español Miguel Fleta:
no seas tan ingrata y ámame.
Amapola, Amapola,
¿cómo puedes tu vivir tan sola?
Cuando daba este final, subiéndose por las paredes y casi sin aliento, hacía nacer en los cinco hermanos, que escuchábamos arrobados, las mayores carcajadas sin aplausos, quizá es que no sabíamos que teníamos que aplaudir.
A él, que hizo, hace diez años, el viaje final, dedico estos tres haikus:
En las cunetas
amapolas de sangre
entre la hierba.
Sobre los campos
incendiando la tarde
las amapolas.
Sobre tus cuerdas
posaban amapolas
de cante y oro.
incendiando la tarde
las amapolas.
Sobre tus cuerdas
posaban amapolas
de cante y oro.
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